"¡Ay, Patria mía!".
Esta
frase pronunciaba antes de expirar a las 7 horas del 20 de junio de 1820 el general Manuel
Belgrano.
Harto conocida es la historia según la cual como forma de
pago entregó su reloj de oro al doctor Redhead quien lo trataba en sus últimos
días por su cuadro de hidropesía, esta no es una mera historita fantástica para
ensalzarlo ni un gesto calculado para ganar nuestra simpatía post-mortem.
Belgrano no fue un arquetipo, Belgrano fue real.
Los triunfos de Salta y Tucumán (mas aun sin una vasta
formación militar), su espíritu de renuncia y su devoción por la Virgen, nos
hablan de alguien tangible, de un héroe de carne y hueso y quizás por este motivo
para su época un ‘’héroe descartable’’ un héroe que cumplió su misión y que su
población contemporánea preferiría olvidar por ser con su conducta intachable,
un recordatorio constante de la mediocridad generalizada.
La Argentina no es ajena al espíritu de su era, asiste a un
escenario carente de verdaderos patriotas, donde se rinde culto a los ‘’falsos ídolos’’
que podemos fácilmente encontrar en la política, en el deporte, en la religión
y en el espectáculo.
Algunos se sienten impunes cuando la justicia los llama,
olvidado que la ley es igual para todos, otros incitan a ‘’fusilar’’ a aquellos
periodistas que ejercen su libertad de expresarse y desde el mundo del
entretenimiento se sigue cosificando a la persona humana olvidando que es
unidad indivisible entre cuerpo y alma.
A todos los unen dos cosas: la violencia y la mediocridad.
Belgrano, el militar, no fue ninguna de las dos cosas, luchó
por la independencia con las armas pero fiel a la definición de caballero que
diera el cardenal Newman: no provocó dolor. Luchó y venció, pero sin odio, sin
sembrar divisiones y pensando en la unidad y concordia de esta Patria.
El día de ayer bajo el marco del acto de clausura del XI Congreso Eucarístico
Nacional, el presidente Macri dijo: ‘’…Jesucristo te necesitamos para promover
la fe respetando las distintas expresiones, para defender la vida desde la
concepción hasta la muerte…’’.
Estas
palabras pueden ser el inicio de un verdadero cambio, un acto de valentía yendo
contracorriente en un mundo liderado por la cultura de la muerte y de lo
políticamente correcto, una expresión que esperamos sea una de muchas por venir
y ciertamente una frase de la que Belgrano podría estar orgulloso como patriota
y como católico.
Como
sabemos Belgrano dictó su testamento pocos días antes de morir y mas allá de la
pobreza que lo asediaba dejo claro que al hacerse efectivo el cobro de la suma
que le adeudaba el gobierno por sus servicios estableció se paguen a su vez con
esto sus deudas, tal fue su sentido del honor que aun después de muerto pagaba lo que debía.
Honrando
sus deudas en vez de evadirlas y ofreciendo el dolor de su enfermedad a la
Providencia se fue en paz iniciando el viaje que inspiraría a millones, viaje a
la casa del Padre que emprendió amortajado con el habito de Santo Domingo tal
como pidiera y en un simple féretro de pino.
Hay
quien dice que a los ídolos no hay que tocarlos porque se queda el dorado en
nuestras manos, yo no lo creo, creo que de haber conocido al General Belgrano
seguiría siendo para mí un ídolo, creo que sería necesario y me contentaría el
poder estrechar su mano y decirle al menos gracias, con eso ya estaría pagado.
Yo
creo en Belgrano.
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