lunes, 20 de junio de 2016




 por Ezequiel Toti

"¡Ay, Patria mía!".
Esta frase pronunciaba antes de expirar a las 7 horas del 20 de junio de 1820 el general Manuel Belgrano.
Harto conocida es la historia según la cual como forma de pago entregó su reloj de oro al doctor Redhead quien lo trataba en sus últimos días por su cuadro de hidropesía, esta no es una mera historita fantástica para ensalzarlo ni un gesto calculado para ganar nuestra simpatía post-mortem.
Belgrano no fue un arquetipo, Belgrano fue real.
Los triunfos de Salta y Tucumán (mas aun sin una vasta formación militar), su espíritu de renuncia y su devoción por la Virgen, nos hablan de alguien tangible, de un héroe de carne y hueso y quizás por este motivo para su época un ‘’héroe descartable’’ un héroe que cumplió su misión y que su población contemporánea preferiría olvidar por ser con su conducta intachable, un recordatorio constante de la mediocridad generalizada.
La Argentina no es ajena al espíritu de su era, asiste a un escenario carente de verdaderos patriotas, donde se rinde culto a los ‘’falsos ídolos’’ que podemos fácilmente encontrar en la política, en el deporte, en la religión y en el espectáculo.
Algunos se sienten impunes cuando la justicia los llama, olvidado que la ley es igual para todos, otros incitan a ‘’fusilar’’ a aquellos periodistas que ejercen su libertad de expresarse y desde el mundo del entretenimiento se sigue cosificando a la persona humana olvidando que es unidad indivisible entre cuerpo y alma.
A todos los unen dos cosas: la violencia y la mediocridad.
Belgrano, el militar, no fue ninguna de las dos cosas, luchó por la independencia con las armas pero fiel a la definición de caballero que diera el cardenal Newman: no provocó dolor. Luchó y venció, pero sin odio, sin sembrar divisiones y pensando en la unidad y concordia de esta Patria.
El día de ayer bajo el marco del acto de clausura del XI Congreso Eucarístico Nacional, el presidente Macri dijo: ‘’…Jesucristo te necesitamos para promover la fe respetando las distintas expresiones, para defender la vida desde la concepción hasta la muerte…’’.
Estas palabras pueden ser el inicio de un verdadero cambio, un acto de valentía yendo contracorriente en un mundo liderado por la cultura de la muerte y de lo políticamente correcto, una expresión que esperamos sea una de muchas por venir y ciertamente una frase de la que Belgrano podría estar orgulloso como patriota y como católico.
Como sabemos Belgrano dictó su testamento pocos días antes de morir y mas allá de la pobreza que lo asediaba dejo claro que al hacerse efectivo el cobro de la suma que le adeudaba el gobierno por sus servicios estableció se paguen a su vez con esto sus deudas, tal fue su sentido del honor que aun después de muerto pagaba lo que debía.
Honrando sus deudas en vez de evadirlas y ofreciendo el dolor de su enfermedad a la Providencia se fue en paz iniciando el viaje que inspiraría a millones, viaje a la casa del Padre que emprendió amortajado con el habito de Santo Domingo tal como pidiera y en un simple féretro de pino.
Hay quien dice que a los ídolos no hay que tocarlos porque se queda el dorado en nuestras manos, yo no lo creo, creo que de haber conocido al General Belgrano seguiría siendo para mí un ídolo, creo que sería necesario y me contentaría el poder estrechar su mano y decirle al menos gracias, con eso ya estaría pagado.

Yo creo en Belgrano.

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