sábado, 25 de mayo de 2019





Primer Misa celebrada en el actual suelo argentino



(Homilía del padre Christian Viña, en un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo. Parroquia Sagrado Corazón de Jesús, de Cambaceres – 25 de Mayo de 2019. Primeras vísperas del VI Domingo de Pascua).

Lecturas: Hch. 15, 1-2. 22-29.
Sal 66, 2-3. 5 .6 .8.
Ap. 21, 10-14. 21-23.
Jn. 14, 23-29.

         Jesús, poco antes de dar gloria al Padre con su misterio pascual, les anuncia a sus apóstoles el envío del Espíritu Santo, que os enseñará todo y os recordará todo lo que os he dicho (Jn 14, 26). Todo el esplendor de la Santísima Trinidad se refleja en este –como en otros pasajes del Evangelio según San Juan-; que hace brillar, especialmente, el don de la paz que el mismo Cristo nos da. Por eso, deben resonar en nuestros corazones –en particular, en las dificultades- esas palabras del Señor: No os inquietéis ni temáis (Jn 14, 27).
         La confianza absoluta en las palabras del Señor hizo que los apóstoles, con admirable coraje, se lanzaran de lleno a anunciar el Evangelio a los paganos; a los que no venían del pueblo judío. Y, cuando surgió la controversia sobre la necesidad o no de la circuncisión, fueron contundentes en que no se les debía imponer ninguna carga más que las indispensables (Hch. 15, 28). En otras palabras: los nuevos cristianos, para serlo, no debían hacerse primero judíos. La Nueva y definitiva Alianza, prefigurada en la Antigua, constituye una novedad absoluta: el único derramamiento de sangre válido y eficaz es el de Cristo en la Cruz.
         Por eso, en el salmo 66, pedimos ¡que todos los pueblos te den gracias, Señor, que todos los pueblos te den gracias!... Que Dios nos bendiga y lo teman todos los confines de la tierra.  Y en esta, nuestra patria Argentina, uno de los confines de la tierra, es lo que con luces y sombras venimos haciendo desde hace cinco siglos.
         El Apocalipsis (las últimas noticias, como lo definiera nuestro genial padre Leonardo Castellani), el otro gran libro de la Biblia que leemos, una y otra vez, especialmente, en este tiempo pascual, nos muestra la belleza definitiva de la Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios (Ap. 21, 10). Y el apóstol San Juan subraya que la gloria de Dios estaba en ella y resplandecía como la más preciosa de las perlas (Ap. 21, 11)…Es la consumación definitiva de la Iglesia; por eso no hay ningún templo en la ciudad, porque su templo es el Señor Dios todopoderoso y el Cordero (Ap. 21, 22) La ciudad definitiva, la eternidad tan esperada,no necesita la luz del sol ni de la luna, ya que la gloria de Dios la ilumina, y su lámpara es el Cordero (Ap. 21, 23). ¡Conmovedora y fascinante descripción de lo que nos espera: el descanso eterno, en la gloria eterna de la Santísima Trinidad! Como dijo, magistralmente, San Pablo: lo que nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar, aquello que Dios preparó para los que lo aman (1 Cor. 2, 9).
         Tener fe en la Trinidad implica, necesariamente, buscar vivir con sentido comunitario. No puede ser de otra forma: la Trinidad es comunidad de amor; y estamos llamados, como Iglesia y como argentinos, a reflejar ese amor. Y si el amor puede resumirse en compartir, y perdonar, debemos preguntarnos en esta fecha patria, cómo está nuestra capacidad para ello.
         Por de pronto, debiéramos compartir una cuestión básica sobre el nacimiento de nuestra patria; que no nació –como nos vienen repitiendo, desde hace décadas- en Mayo de 1810. La fecha fundacional de Argentina es el 1° de Abril de 1520; ya que ese día, Domingo de Ramos, el padre Pedro de Valderrama, capellán de la expedición de Hernando de Magallanes, celebró la Primera Misa en nuestro suelo, en lo que hoy es Puerto San Julián, en nuestra provincia de Santa Cruz. Estamos, entonces, a meses de cumplir 500 años. ¡Sí, medio milenio, desde aquella jornada gloriosa en que Jesucristo, auténtico Señor de la Historia –que gira en torno a Él- vino a quedarse para siempre entre nosotros!
         Dejar bien en claro el punto de partida de nuestra historia patria –insertada, claro está, en el nacimiento de la gran Nación Hispanoamericana, el 12 de Octubre de 1492- nos librará del secuestro que sufrimos por parte de la historiografía oficial; de claro tinte liberal y masónico… En Mayo de 1810 no nació una nueva patria; sino que comenzó un proceso para gobernarse con autoridades locales, habida cuenta de la usurpación napoleónica de España, nuestra Madre Patria.
         Lamentablemente, en aquel 1810, por influencia del jacobinismo de la Revolución Francesa, y de la masonería inglesa, se buscó arrancar la raíz católica e hispanista de nuestra identidad. Eso quedó dramáticamente demostrado cuando, a los pocos días del gobierno revolucionario, el secretario de la Junta, Mariano Moreno, ordenó el fusilamiento de Santiago de Liniers,  caballero cristiano, héroe de la reconquista de Buenos Aires, en las invasiones inglesas; y gracias al cual hablamos español y no inglés… Y, por supuesto, somos católicos, y no anglicanos…
         Tres siglos antes de la Revolución de Mayo, nuestra tierra nació y comenzó a desarrollarse a la luz del Evangelio. Y fue nuestra Santa Madre Iglesia, y la católica España quienes le dieron su fisonomía propia. Fueron sus hijos los que anunciaron a Jesucristo en estas latitudes; los que fundaron las iglesias, pueblos y ciudades; universidades, colegios, industrias, hospitales y toda clase de emprendimientos para el auténtico progreso. Y, para ello, formaron con los pueblos precolombinos (mal llamados pueblos originarios), una raza noble; que dejó la incivilidad y la barbarie, y los sacrificios humanos, por el único Sacrificio salvador: el de Nuestro Señor Jesucristo.
         Y, con respecto al perdonar, que es como dijimos la otra columna del auténtico amor, bueno es que nos preguntemos sobre nuestras recurrentes historias de desencuentros, rencores, y hasta de sed de venganza… Hoy se habla con insistencia de una grieta que, para simplificar, tiende a personificarse en circunstanciales actores de la escena política del momento… Pero, en realidad, esas divisiones, ese por momentos gran abismo, atraviesa toda nuestra historia. Dos modelos están en pugna, como en La ciudad de Dios, de San Agustín: el del amor a Dios hasta el desprecio de sí mismo; y el del amor de sí mismo, hasta el desprecio de Dios. Dos visiones diametralmente opuestas: la de los que, aun con limitaciones y pecados, intentamos construir una sociedad cristiana, que busque la gloria de Dios, y el reinado social de Jesucristo; y la de quienes quieren una sociedad sin Dios e, incluso, contra Dios y, por lo tanto, contra el hombre mismo.
         Los que buscan desterrar a Dios Uno y Trino solo piensan que el materialismo, sea liberal o marxista -en definitiva, dos caras de una misma moneda- es la única solución para nuestros males. Y, alternativamente, turnándose en los distintos gobiernos, solo han sumido en más miseria, más divisiones, más postración, y más injusticia a nuestro pueblo.
         El último ataque, el del mundialismo abortista, y la ideología de género, que busca reducir a la persona a una mera consumidora de placer venéreo, está mostrando hoy en nuestra Argentina –y en otros países, principalmente hispanoamericanos-, toda su ferocidad. Como patética muestra, en esta Semana de Mayo, hemos asistido a la condena a prisión, y la prohibición de ejercer la medicina de un médico rionegrino, el doctor Leandro Suárez Lastra; quien, con admirable coraje, salvó la vida de un bebé que iba a ser abortado, y de su madre. ¡No hay que dudarlo: 209 años después de aquel Mayo estamos mucho más sometidos, y humillados! Pero, claro, nos hacen creer que somos más libres que nunca… Siempre y cuando, por supuesto, no nos rebelemos contra ese Nuevo desOrden Mundial perverso y cruel. En ese caso, solo puede esperarse todo tipo de persecución y hostigamiento que, con cinismo evidente, se presentarán como legales democráticos
         En 1812, dos años después de la Revolución de Mayo, Vicente López y Planes, escribió nuestro Himno Nacional Argentino; que, por cierto, cantamos con fervor desde niños. Es, sin duda, una bella composición; que dispone a crecer siempre en el amor a la Patria. Y concluye exhortando a vivir coronados de gloria, y a jurar con gloria morir.
         La palabra gloria se usa, habitualmente, para hacer referencia a distintos tipos de logros; especialmente, a los que tienen como protagonistas a celebridades de diversos ambientes. En sentido estricto, de cualquier modo, la gloria solo hace referencia a Dios; y a la visión que de Él tienen los bienaventurados, en el Cielo. En consecuencia, coronados de gloria solo estaremos en la patria celestial; si llegamos a ella, por gracia de Dios, y arrepentimiento propio y pedido de perdón por nuestros pecados. Allí, y solo allí, será el descanso para siempre en la intimidad de amor de la Santísima Trinidad. Aquí, en este valle de lágrimas –como rezamos todos los días, en la Salve- solo nos queda luchar para ser santos. Y construir, en serio, una auténtica patria de hermanos. Como lo empezó a realizar el padre de Valderrama, en aquella Primera Misa; como lo hicieron aquellos hombres de Mayo, y tantos argentinos, conocidos y desconocidos, de nuestra historia, para los que la patria –como bien lo escribiera nuestro gran poeta, José María Castiñeira de Dios- fue la fatiga de una eterna batalla…Festejemos, entonces, que la patria de la tierra –a la que hay que amar, por cierto, entrañablemente- es solo un anticipo de la del Cielo. Y que para conquistarla no debemos ahorrarnos ningún sacrificio…Solo así podremos estar seguros de que nos espera lo mejor…

1 comentarios:

  1. Excelente artículo. Dios quisiera unirnos cómo pueblo alrededor de la Sagrada Familia y olvidarnos de odios y grietas y ser solamente servidores de Jesús.

    ResponderEliminar