viernes, 22 de mayo de 2020


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Columnista: Don Quijote de La Casta, experto en disertación filosófica

Recuerdo hace unos meses, en una entrevista realizada por Juan Carlos Monedero a Juan Manuel de Prada, en el contexto de una conversación sobre Dios y el hombre, el inefable podemita, haciendo un brindis al sol, lanzó la siguiente cuestión: “¿Qué problema hay en que nos endiosemos?”. 

La respuesta de De Prada fue sencilla y certera: “El problema es que no somos dioses y ello sólo conduce a la Melancolía”.

Después de recordar este suceso y tras un mes de confinamiento, me pregunto si esta situación hará que de una vez por todas renunciemos al endiosamiento o, al menos, comencemos a tener la voluntad de renunciar al mismo.
Y me lo pregunto porque he escuchado, mucho y muchas veces, frases del tipo: “todo depende de ti”.

Si todo depende de mí, ¿Por qué estoy confinado como consecuencia de un virus? ¿No debería ser yo más fuerte que el virus?

Si todo depende de mí, si resulta que gracias a mi esfuerzo y mis talentos he trabajado bien, que he ido ascendiendo año a año, ganando más dinero y prestigio profesional, ¿Cómo es que ahora he sido afectado por un ERTE y no soy capaz de saber qué va a suceder con mi futuro?
Si todo depende de mí, ¿Por qué cancelé el vuelo y los hoteles que tenía comprados con antelación tras haberme planificado un viaje cojonudo? ¿No debería yo tener la suficiente inteligencia como para saber qué va a pasar en el futuro y que nada me detenga?
Tras hacerme este tipo de preguntas y verme incapaz de responderlas a lo mejor toca pararse y pensar que, efectivamente, no todo depende de mí, que mi ser es frágil, que mi existencia es frágil, que, a pesar de mis talentos, necesito ayuda, es más, soy un constante y perpetuo mendigo de ayuda externa.
Una condición que me hace reconsiderar mi relación con los demás y con lo efímero, con lo material. Porque, a lo mejor, pensaba que todo dependía de mí y eso me ha hecho creerme omnipotente, me ha llenado de narcisismo y arrogancia, me ha llenado de egoísmo, me ha hecho endiosarme. Y esa conciencia de mi limitación, que ahora estoy sintiendo más que nunca, echa todos mis cimientos por los aires y me conducen a la melancolía como le dijo De Prada a Monedero.

La Humildad es la virtud que nos libera de endiosarnos: Y se suele confundir con “baja autoestima”, una de las peores trampas actuales

Una vez lo he entendido y he caído en la melancolía, ¿Qué hago? ¿Qué solución puedo tomar?
Después de ver que soy limitado, a lo mejor me puede venir bien cultivar una virtud que siempre he confundido con la baja autoestima, la llamada Humildad (Huelga decir que he confundido la Humildad con la baja autoestima, pero porque también he confundido la autoestima con la egolatría, es decir, mientras la autoestima consiste en amarme a mí mismo aceptando mis defectos y limitaciones, la egolatría consiste en amarme a mí pensando que soy el puto amo y que no tengo defectos ni limitaciones, porque yo lo valgoresulta que eso también lo he confundido. Por eso, siempre he odiado la palabra humildad).

Pero la palabra Humildad, lejos de decirme a mí mismo “soy la mayor mierda que existe en este mundo”, lo que me dice es: tengo mis defectos, mis limitaciones y por ello no debo creerme por encima de nadie, ni mucho menos un dios.

Por todo lo mencionado, quizá, una lección que podamos sacar de todo esto es que, lejos de “endiosarnos”, lo que deberíamos hacer es “humillarnos”, humillarnos en el sentido de hacernos cada vez un poco más humildes.
Creo que, de este modo, saldremos de esta crisis más reforzados como personas y unidos como sociedad.

PD:  Un secreto… Si ves que lo material no te llena lo suficiente y que es efímero, plantéate, a lo mejor, valorar más lo Eterno, que para ti será opio, pero oye, lo material tampoco es que te haya llenado lo suficiente, ¿No?


De nuestro portal hermanado El Diario de Colón www.eldiariodecolon.es

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