martes, 31 de enero de 2017



Nos permitimos transcribir un articulo del Pater Christian Viña + que nos habla de la Cristianofobia que azota a la sociedad y que los medios callan.


Desde hace un tiempo, la situación de violencia y conflictividad social  que azota a nuestro país –y sobre la que acaba de advertir el Episcopado  argentino- está adquiriendo ribetes dramáticos. Pobreza, miseria,  exclusión; crímenes, secuestros, perversiones y odios de todo tipo; y un  persistente endiosamiento de la venganza, como excluyente forma de  hacer justicia, nos muestran no una Patria engalanada para celebrar el  Bicentenario de Mayo, sino sus ayes de leona, que en la jaula brama,  como bien escribiera Almafuerte.
Y en este  contexto –como ayer, hoy y siempre-, la Iglesia Católica sufre los  ataques salvajes de sus enemigos de todas las épocas: las sociedades  secretas, de inspiración masónica, que buscan aniquilarla; los  materialistas de cuño liberal y marxista; los dueños del poder  financiero internacional, y su exclusivo afán de lucro; los extremistas  que, en su delirio, combaten porque sí contra toda forma de autoridad y,  por si fuera poco, la embestida de quienes, para justificar sus  desviaciones contra natura, luchan –paradójicamente- contra el orden  natural, para ellos inexistente.
Templos pintados con  leyendas obscenas y sacrílegas; activistas que invaden iglesias y llegan  a profanarlas, incluso, hasta con la deposición de sus excrementos; y  hombres, mujeres y niños escupidos, humillados y golpeados, mientras  rezaban el Rosario, unidos en una cadena de brazos, para custodiar sus  Catedrales, son solo apenas unas muestras de esta escalada. Y una frase  que se repite, en la orgía de odio que sale de gargantas, aerosoles y  pinceles es: La única Iglesia que ilumina es la Iglesia que arde...  Acaba, incluso, de escribirse y gritarse a los cuatro vientos, durante  la Misa de Clausura de la Exposición del Libro Católico, en La Plata.
No  hay que ser muy perspicaz para entender el mensaje. Como los  detractores de todos los tiempos acusan a la Iglesia de oscurantista; de  sumir a los pueblos en las tinieblas de la ignorancia, y de querer  arrastrar a individuos y naciones a su sometimiento económico y  una  servil explotación, solo una Iglesia incendiada puede dar algo de luz...  Sueñan, así, con ser los nerones de la posmodernidad; e imaginan el día en que, desde caligulescos escenarios, tocando la cítara o vaya a saber  qué instrumentos, verán reducir a cenizas todos los templos  católicos...
Hemos visto quemar Iglesias, entre nosotros,  en un pasado no lejano. Hoy sabemos por la historiografía seria –y no  por la panfletaria, que sólo busca hacer rating o vender revistuchas  pseudohistóricas- que ello se debió a un plan bien orquestado del  anticatolicismo; con la sibilina colaboración de algunos infiltrados en  el gobierno de turno. Se buscó, entonces, lo que siempre se busca:  dividir al pueblo creyente, y hacerlo optar por su fidelidad a Dios o al  César. Hubo, así, incluso en las propias familias católicas, quienes  tiraban a la calle el cuadro del Papa, y quienes hacían lo propio con la  imagen del Presidente de entonces. Lo cierto es que aquella herida  sigue sangrando...
Confieso que cuando leo o escucho “La  única Iglesia que ilumina es la Iglesia que arde”, mi primer pensamiento  se dirige a sus autores. ¿Acaso no se dan cuenta del odio que los  destruye?. ¿No piensan, por un momento, que son títeres de los intereses  que dicen combatir?. ¿Tendremos oportunidad de hacerles ver que se  equivocaron de enemigo?.
Tuve, de cualquier modo, un  momento de providencial iluminación al pasar frente a la Parroquia  Nuestra Señora de Balvanera, en Buenos Aires, mientras rezaba el Rosario, y leer la  frase, por enésima vez, en uno de sus muros. A pocos metros, un grupo de  jóvenes católicos, de la Noche de la Caridad, alimentaba a indigentes  de la calle.  Sí, efectivamente –me dije- la única Iglesia que ilumina  es la Iglesia que arde. Arde en las manos congeladas de esos ancianos  hambrientos, y en las manos de esos chicos; que se toman en serio ser  discípulos de la Luz del mundo. Y que, por lo tanto, no andarán en  tinieblas, sino que tendrán la Luz de la Vida (Jn 8, 12).
     Ilumina y  arde la Iglesia cuando, el fuego de su amor, le permite reconocer a  Cristo en el hambriento, el sediento, el enfermo, el forastero y el  preso (Mt. 25, 31 – 46). Y cuando, al hacerse cargo de ellos, denuncia  las estructuras sociales injustas que, primero, los generan y, luego,  los descartan.
     Ilumina y arde la Iglesia cuando muestra, con sus  palabras y silencios; con sus obras y enseñanzas, que el fuego es la  energía trasformadora de los actos del Espíritu Santo. Y cuando anuncia a  Cristo como el que bautiza en el Espíritu Santo y el fuego (Lc 3, 16).
Ilumina  y arde la Iglesia cuando profesa la Fe en su único Señor, que vino a  traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese  encendido! (Lc 12, 49)
Ilumina y arde la Iglesia cuando, junto a su  Madre, María Santísima, deja descender, en formas de lenguas como de  fuego, sobre sus discípulos, para colmarlos de Él, al Espíritu Santo;  como en aquella mañana de Pentecostés (Hch 2, 3-4)
Ilumina y arde la Iglesia cuando reconoce en Jesús la Luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre (Jn 1, 9)
Ilumina  y arde la Iglesia cuando, en la luz inextinguible de sus mártires,  confirma que ni las llamas del odio, ni las garras ni los dientes de las  fieras, ni el fuego de la pólvora, ni el filo de la espada, podrán  terminar con el Amor, ni con un Reino que no es de este mundo (Jn 18,  36)
     Ilumina y arde la Iglesia cuando, en la brillantez de sus santos,  muestra la generosidad y el desprendimiento de quienes quemaron su vida  por Cristo y su Reino.
     Ilumina y arde la Iglesia cuando, para llevar  la Buena Noticia de la salvación, cruza los mares, desafía los  desiertos, se interna en las selvas, trepa todas las montañas y  desciende a cualquier pozo, para mostrar a los hombres de nuestro tiempo  que ser feliz, desde Cristo, está al alcance de sus manos.
     Ilumina y  arde la Iglesia cuando se muestra, sin pudores ni cálculos humanos,  verdaderamente Santa; esposa inmaculada de su Santo fundador, y Madre de  una multitud de santos.
     Ilumina y arde la Iglesia cuando, incluso  con el pecado y hasta el escándalo de algunos hijos prominentes, implora  de rodillas perdón a su Señor, y a las víctimas. Y, lejos de cualquier especulación  mundana, se experimenta débil, y siempre necesitada de conversión.
     Sí,  efectivamente, la única Iglesia que ilumina es la Iglesia que arde.  ¡Gracias por recordárnoslo...!. Y por invitarnos a pensar -aun desde  medios y formas totalmente repudiables-, que no hemos nacido para ser  mortecinos fueguitos, llamados a una súbita extinción...
BUENOS AIRES, Domingo 22 de Noviembre de 2009.-
Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo.-

Fotografia extraida de : www.catolicidad.com

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