Por si algo le faltaba a nuestra Argentina que se desangra por el narcotráfico, el crimen organizado, la violencia sin límite, la pobreza y la miseria, el gobierno del presidente Macri promueve despenalizar el aborto. Eso sí: para que no parezca tan brutal, disfraza la iniciativa de “habilitar el debate” en el Congreso. Un nuevo y patético jalón en una democracia que, en 35 años, ha legalizado el divorcio; el mal llamado, inexistente y perverso matrimonio igualitario; y que, seguramente, irá por más, irá por todo, con la legalización de la eutanasia, y la pedofilia –como ya está ocurriendo en algunos países de la agonizante Europa-, siguiendo los dictados del mundialismo masónico y ateo del Nuevo desOrden Mundial.
Triste derrotero de varias décadas en un país que solo busca remediar la violencia, con más crueles y disfrazadas formas de violencia. Como bien advirtió nuestro Arzobispo de La Plata, Mons. Héctor Aguer, en la Argentina la desaparición forzada de personas es delito de ‘lesa humanidad’. Con el aborto se harán desaparecer miles y miles de niños, con apariencia de legalidad y hasta de pretendida virtud libertaria…
El argumento feminista de hacer con el cuerpo lo que se les dé la gana es tan mentiroso que no resiste el menor análisis. Un niño por nacer no es parte del cuerpo de la madre; solamente está alojado provisoriamente en el cuerpo de esa madre, como ella, en su momento estuvo en el de la suya. No es un tumor que merezca ser expulsado, de cualquier modo. Es una vida que no le pertenece; y ante la cual, ella, el padre, y toda la sociedad, no solo deben deponer todos sus egoísmos, sino que la deben cuidar y proteger de todos los modos posibles… ¿No quieren tenerlo? Pues, entonces, a darlo en adopción. Y a facilitar la adopción sin burocracia y sin dilaciones.
En épocas muy duras para el país, en los años setenta del siglo pasado, con el marco de la lucha contra la guerrilla se llegó al extremo, inconcebible, del robo de bebés. Hoy se busca mucho más: matarlos, directamente… Lo más curioso es que aquellos supuestos defensores de los derechos humanos, que celebran eufóricos cuando logran encontrar alguno de aquellos bebés, hoy convertidos en adultos, estén en la primera línea de los abortistas. Ni los más imaginativos investigadores de las ciencias sociales y políticas hubieran pensado, hace tan solo unas décadas, que la supuesta izquierda, y la no menos supuesta derecha, coincidirían en su servilismo a los nuevos amos del mundo. A esos oscuros personajes de las finanzas y el poder global que, con el imperialismo demográfico, buscan limitar el crecimiento y hasta promover la desaparición de pueblos enteros, marginales, o si lo quieren, periféricos…
En esta periferia del fin del mundo, despoblada y mal poblada, con niveles alarmantes de injusticia social y marginalidad extrema; con la familia absolutamente destrozada, y con índices dramáticos de analfabetismo y semianalfabetismo, lejos de seguir sirviendo a la anticultura de la muerte, los gobernantes deberían ser auténticos patriotas y gobernar para su pueblo; y no para quienes les imponen esta agenda antivida, a cambio de dólares teñidos de sangre. Si algo tuvieran de dignidad, deberían salir a denunciar a los cuatro vientos que la oligarquía globalizadora los obliga a semejante carnicería, a cambio de créditos y financiamiento. Como respuesta tendrían a todo un pueblo en las calles dispuesto a ponerse de pie; y no permitir que le metan la mano en el bolsillo, y en otros sitios mucho más pudorosos…
La Iglesia, madre y maestra, más que nunca, debe alzarse contra lo que promete ser un genocidio silencioso; que, de cualquier modo, clamará al cielo (Gn 4, 10; Ap 6, 10). No tengamos miedo, como cuerpo místico del Señor de ganar la calle, la escena pública, los medios de comunicación, las universidades, los parlamentos, y cualquier otra instancia para impedir el humanicidio. Por supuesto, nos llamarán fachos (como se dice, despectivamente en Argentina a los presuntos fascistas), nazis, retrógrados, chupacirios, y otras lindezas por el estilo. Recordemos, únicamente, que a la hora del juicio (Mt 25, 31 – 46) solo rendiremos cuentas ante el Señor; y no ante estos nuevos Herodes y aún más cobardes nuevos Pilatos (Mt 27, 24). Y que debemos clamar ante esta atrocidad que los nazis y los comunistas hacían en los campos de concentración; y que hoy se busca hacer a la luz del día, y hasta con el aplauso de una sociedad libre, y de mente abierta…
Todos los días los sacerdotes, en particular quienes ejercemos nuestro ministerio en barrios pobres y villas de emergencia, estamos abrazando el dolor de tantos padres que pierden a sus hijos por la droga; de tantos niños y adolescentes huérfanos con padres vivos; de hombres y mujeres víctimas de violencia inhumana y de ancianos y enfermos que, aparte de sus achaques, deben luchar contra una sociedad que los declaró descartables… A cada momento estamos multiplicándonos para que puedan descubrir su dignidad de hijos de Dios; y tomar conciencia de que no son basura –como este mundialismo les hace creer- sino verdaderos hijos de Dios. Y que cada uno de ellos vale hasta la última gota de sangre de Jesucristo.
Si este gobierno y sus supuestos opositores quieren, en serio, terminar con el hambre y la miseria, no busquen exterminar a los futuros comensales; procuren ampliar la mesa en este granero del mundo, que puede producir alimentos para 500 millones de personas. Busquen, en serio, demostrar que Argentina es un país seguro para todos sus habitantes. Empezando por los más indefensos, que todavía no nacieron, que están en el seno materno, y a los que tantos odian...
Santuario de la Vida y la Familia.
Cambaceres, 27 de Febrero de 2018.
En el 206° aniversario de la creación de la Bandera Argentina.
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