Por Carla Alegre Magliocco*
Y
el grito sagrado se hizo escuchar. Un “sí a la vida” rotundo durante toda la
marcha y después de cantar el himno, fue la frase que resonó y resuena todavía
a lo largo del país.
“Un
país que necesita el aborto no enseña a sus ciudadanos a amar sino a usar la
violencia para obtener lo que quieren. Es por eso que el mayor destructor de la
paz y del amor es el aborto” nos decía la Madre Teresa.
Miles
de personas salimos a las calles el 25 de marzo, entre ellos varios miembros de
Rinnovamento nella Tradizione, por dos motivos: el primero fue celebrar la
vida, celebrar que nacimos, con nuestros padres al lado agradeciéndoles por
haber dicho que sí en el momento en que fuimos concebidos. El segundo motivo fue
ser, una vez más, la voz de aquellos que serán silenciados si el proyecto del
aborto prospera en el Congreso.
Personas
de credos distintos, de todas las edades y clases sociales nos unimos bajo el
manto del amor a la vida para prácticamente rogar coherencia a los legisladores
en las sesiones próximas. También para recalcar una vez más la
inconstitucionalidad del debate mismo y de la aprobación posterior,
inconstitucionalidad que ningún abogado ni juez remarcó desde que este debate
de muerte fue impulsado.
Y
fue necesario defender la vida.
Es
muy terrible que en un país que se dice amante del Papa Francisco hayamos
tenido que salir a defender lo mas básico, el motivo por el cual respiramos. Y
que un presidente que fue apoyado por muchos sectores pro vida y convencidos de
que el aborto es un asesinato, haya actuado al peor estilo Poncio Pilatos
lavándose las manos y traicionando a aquellos que habían depositado su fe en él
y su supuesta formación católica. Con esa actitud, perdió aquellos votos que en
aquella segunda vuelta le dieron la victoria. Y no va a ganar jamás el voto de
las organizaciones de izquierda. Parece que Durán Barba esta vez no la tuvo tan
clara.
“Sí
a la vida” repetíamos sin cesar. Frente a tanta violencia, frente a tanta
mentira, las personas nos vestimos de blanco, de blanco de pureza y redención,
y acompañamos a los bebitos que pretenden hacer desaparecer de nuestro país. Y
también marchamos acompañando a aquellas personas que sufrieron un aborto, a
aquellas que piensan que es la solución, a aquellas que no saben cómo seguir adelante
con sus vidas después de semejante atrocidad sufrida en sus cuerpos. Porque
queremos a los dos, dijimos. Queremos ayudar a las futuras mamás que se
encuentran en situaciones vulnerables o casi sin salida, a encontrar en el
rostro de su hijo el amor que puede reparar todos aquellos momentos tristes por
los que pudieron haber pasado antes de ese embarazo.
No nos desentendemos de
aquellas mujeres que sufren el tremendo calvario de los abusos, ni del dolor e
incertidumbre de aquellas madres que fueron notificadas de que sus niños
padecerán alguna enfermedad. Al contrario. Las abrazamos, rezamos por ellas y
queremos que nuestro país se encargue de apoyarlas, de darles contención,
acceso a la salud, al trabajo, a la educación y que puedan salir adelante como
familia, aunque sean solamente la mamá y su hijito.
Es más escandaloso que una
familia numerosa no tenga los recursos para mantenerse, que la cantidad de
hijos que puedan llegar a tener. Lo escandaloso es la pobreza, cifras que se
tapan, llantos que se callan, muertes que no salen a la luz, producto de la
malicia del poder y de la indiferencia de cada uno. Pero ahí están, cada uno
luchando por salir adelante, aferrándose a la vida. Porque en última instancia
eso es lo que todos tenemos en común. La vida, y posteriormente la muerte.
Escribo
esto y no dejo de pensar en todos los padres que iban de la mano de sus hijos.
A ellos gracias. Gracias por haber sido portadores de una nueva luz. Gracias
por haber entendido que eran el refugio de un nuevo ser y por haber dado todo
por ellos.
A
los que participaron, gracias por haber tenido las cosas tan claras como para
marchar por la vida. Por haber cantado, rezado y dejado en claro la verdad. A
todos los médicos que renovaron su juramento hipocrático, un honor haber
compartido esos momentos con ustedes, son el orgullo de una nación.
A
nuestros legisladores. La mayor parte de ustedes dan vergüenza. Pero, sin
embargo, a ustedes también los abrazamos esperando que ese amor que se respiró
en todo el país les llegue a ustedes. Que recuerden que llegaron ahí por dos
padres que no los quisieron matar, y así les pagan. Ayuden a las madres, ayuden
a los chicos. Dejen de instalar soluciones finales. Dejen de manchar nuestra bandera con sangre.
*Carla
Nicole Alegre Magliocco es Licenciada en Ciencias Políticas (UCA) y Analista de presupuesto
Ministerio de Hacienda GCBA.
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