miércoles, 28 de marzo de 2018





Por Carla Alegre Magliocco*

Y el grito sagrado se hizo escuchar. Un “sí a la vida” rotundo durante toda la marcha y después de cantar el himno, fue la frase que resonó y resuena todavía a lo largo del país.
“Un país que necesita el aborto no enseña a sus ciudadanos a amar sino a usar la violencia para obtener lo que quieren. Es por eso que el mayor destructor de la paz y del amor es el aborto” nos decía la Madre Teresa.

Miles de personas salimos a las calles el 25 de marzo, entre ellos varios miembros de Rinnovamento nella Tradizione, por dos motivos: el primero fue celebrar la vida, celebrar que nacimos, con nuestros padres al lado agradeciéndoles por haber dicho que sí en el momento en que fuimos concebidos. El segundo motivo fue ser, una vez más, la voz de aquellos que serán silenciados si el proyecto del aborto prospera en el Congreso.
Personas de credos distintos, de todas las edades y clases sociales nos unimos bajo el manto del amor a la vida para prácticamente rogar coherencia a los legisladores en las sesiones próximas. También para recalcar una vez más la inconstitucionalidad del debate mismo y de la aprobación posterior, inconstitucionalidad que ningún abogado ni juez remarcó desde que este debate de muerte fue impulsado.

Y fue necesario defender la vida.

Es muy terrible que en un país que se dice amante del Papa Francisco hayamos tenido que salir a defender lo mas básico, el motivo por el cual respiramos. Y que un presidente que fue apoyado por muchos sectores pro vida y convencidos de que el aborto es un asesinato, haya actuado al peor estilo Poncio Pilatos lavándose las manos y traicionando a aquellos que habían depositado su fe en él y su supuesta formación católica. Con esa actitud, perdió aquellos votos que en aquella segunda vuelta le dieron la victoria. Y no va a ganar jamás el voto de las organizaciones de izquierda. Parece que Durán Barba esta vez no la tuvo tan clara.

“Sí a la vida” repetíamos sin cesar. Frente a tanta violencia, frente a tanta mentira, las personas nos vestimos de blanco, de blanco de pureza y redención, y acompañamos a los bebitos que pretenden hacer desaparecer de nuestro país. Y también marchamos acompañando a aquellas personas que sufrieron un aborto, a aquellas que piensan que es la solución, a aquellas que no saben cómo seguir adelante con sus vidas después de semejante atrocidad sufrida en sus cuerpos. Porque queremos a los dos, dijimos. Queremos ayudar a las futuras mamás que se encuentran en situaciones vulnerables o casi sin salida, a encontrar en el rostro de su hijo el amor que puede reparar todos aquellos momentos tristes por los que pudieron haber pasado antes de ese embarazo. 

No nos desentendemos de aquellas mujeres que sufren el tremendo calvario de los abusos, ni del dolor e incertidumbre de aquellas madres que fueron notificadas de que sus niños padecerán alguna enfermedad. Al contrario. Las abrazamos, rezamos por ellas y queremos que nuestro país se encargue de apoyarlas, de darles contención, acceso a la salud, al trabajo, a la educación y que puedan salir adelante como familia, aunque sean solamente la mamá y su hijito. 
Es más escandaloso que una familia numerosa no tenga los recursos para mantenerse, que la cantidad de hijos que puedan llegar a tener. Lo escandaloso es la pobreza, cifras que se tapan, llantos que se callan, muertes que no salen a la luz, producto de la malicia del poder y de la indiferencia de cada uno. Pero ahí están, cada uno luchando por salir adelante, aferrándose a la vida. Porque en última instancia eso es lo que todos tenemos en común. La vida, y posteriormente la muerte.

Escribo esto y no dejo de pensar en todos los padres que iban de la mano de sus hijos. A ellos gracias. Gracias por haber sido portadores de una nueva luz. Gracias por haber entendido que eran el refugio de un nuevo ser y por haber dado todo por ellos.
A los que participaron, gracias por haber tenido las cosas tan claras como para marchar por la vida. Por haber cantado, rezado y dejado en claro la verdad. A todos los médicos que renovaron su juramento hipocrático, un honor haber compartido esos momentos con ustedes, son el orgullo de una nación.

A nuestros legisladores. La mayor parte de ustedes dan vergüenza. Pero, sin embargo, a ustedes también los abrazamos esperando que ese amor que se respiró en todo el país les llegue a ustedes. Que recuerden que llegaron ahí por dos padres que no los quisieron matar, y así les pagan. Ayuden a las madres, ayuden a los chicos. Dejen de instalar soluciones finales. Dejen de manchar nuestra bandera con sangre.


*Carla Nicole Alegre Magliocco es Licenciada en Ciencias Políticas (UCA) y Analista de presupuesto Ministerio de Hacienda GCBA.


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