La
eliminación de Argentina en el Mundial de fútbol de Rusia, por parte de una
contundente Francia, dejó una vez más al descubierto buena parte de nuestros
vicios nacionales: el poco y nulo apego a la disciplina, al esfuerzo y al
sacrificio; al trabajo en equipo, y la dependencia casi exclusiva de supuestos Messias y salvadores. Y, obviamente, la escandalosa
corrupción, que atraviesa transversalmente todos los campos de la vida
nacional. ¿Podía salir, acaso, un equipo campeón de la Asociación del Fútbol
Argentino; convertida casi en una mafia, e instrumentalizada políticamente por
todos los gobiernos para alimentar el circo,
mientras la pobreza, la miseria y la exclusión crecían geométricamente?
Soy
argentino con toda mi alma y, también, muy futbolero. Y debo confesar –aun a
riesgo de que se me tilde de cualquier cosa-, que esperaba este final abrupto.
¡A ver si, definitivamente, nos damos un baño de realidad; y nos convencemos de
que, ni de lejos, somos los mejores del mundo! ¿Se imaginan cómo hubieran
buscado capitalizar los políticos abortistas un eventual Campeonato del Mundo?
¡A puro codazo hubiesen pujado por estar cerca de los campeones, en el balcón
de la Casa de Gobierno, para pretender quedarse con esa imagen ganadora; y
seguir hostigando al pueblo con sus acciones antivida, antifamilia y
antipobres! ¡Bienvenida, entonces, la derrota si nos sirve para tomar
conciencia de que en los asuntos realmente importantes venimos perdiendo, por
goleada, desde hace décadas!
En
estas horas sabatinas, los medios y las redes arden en acusaciones cruzadas, de
todos contra todos, en la búsqueda de responsables. Y, por supuesto –mal
típicamente nuestro-, toda la culpa recae sobre los otros; sobre una abstracción que diluye, absolutamente,
cualquier falta personal. Y ya que hablamos tanto de justicia, ¿hubiera sido justo darle una alegría al pueblo, cuando invocando la supuesta voluntad de ese pueblo, se lo buscará aniquilar de a poco,
con la desaparición forzada de los niños por nacer en el seno materno?
¿Podemos,
en verdad, exigirles arrojo, desprendimiento y egoísmo a once jugadores cuando,
como sociedad, durante décadas, no hemos tenido el suficiente coraje para
defender nuestra fe, la vida, la familia, y a los más débiles de nuestro
pueblo? ¿Podemos pretender, acaso, ser ganadores en una disciplina deportiva,
cuando la propia indisciplina, individual y colectiva, nos lleva a naufragar en
los más diversos campos de nuestra vida nacional? ¿Podemos pretender alzarnos
–más allá del azar propio del fútbol, que lo hace por cierto atrapante- con una
copa bien exigente; que demanda, como todo lo que vale, ideas y organización?
Argentina
tendrá, en pocos días, la oportunidad de empezar a ganar el único mundial
importante: el de la Vida. Si el 8 de agosto, los senadores –aunque a esta
altura pueda parecer casi un milagro- rechazan de plano el aborto, podremos
reanudar lentamente el camino de los sueños. Si, por el contrario, cediendo al verde de la oligarquía mundialista de las Naciones desUnidas,
el Banco Mundial, el Fondo Monetario Mundial, y la masonería, institucionaliza
el abominable
crimen, como bien lo definiera el Concilio
Vaticano II, solo podrá seguir esperándose muerte, desolación y miseria… La
horrenda práctica antinatalista se cobrará la vida, como es obvio, de quienes
incluso podrían haber sido excelentes jugadores de fútbol…
Si
algo tan aparentemente pasajero como el deporte nos permitiese volvernos hacia
lo auténticamente importante, esta derrota deportiva hasta podría considerarse
casi providencial. Si, en cambio, persistimos en nuestros pecados personales y
en nuestras estructuras de pecado, iremos de tragedia en tragedia hasta el
borde de la extinción. ¿O es posible un futuro venturoso en un país despoblado
y mal poblado; en el que además se decreta el exterminio sistemático de niños?
El
aborto es, aunque macabra, una etapa más en la embestida de la tiránica
ideología de género, y del mundialismo humanicida. Se vendrán tras él –como ya
está ocurriendo en algunos países de Europa- la legalización de la droga y de
la pedofilia; la eutanasia y la eliminación de todos aquellos que el poder onusiano considere descartables. Y así, paso a paso, sin
pausa, seguirán descuartizándonos como país; con el aplauso y el apoyo de las
supuestas derechas y las supuestas izquierdas, que verán en ello otros hitos de
la democracia
madura, y de los nuevos derechos. ¡Ni en nuestras peores pesadillas hubiésemos
imaginado semejante comienzo del Tercer Milenio, en nuestra Argentina
agonizante! ¿Quedó algo de aquellos eternos laureles que supimos conseguir?
Lo
hemos dicho otras veces, y vale repetirlo: nuestro país no se acostó provida, y
se despertó abortista. Hace décadas que venimos desterrando a Dios, a la
Biblia, a la Iglesia, y al orden natural de nuestras vidas. Con el cómodo y
mentiroso argumento de modernizarse,
y comprender que los tiempos cambiaron,
hemos permitido que todo lo antinatural, todo lo perverso, todo lo más
escandalosamente antihumano, infectara hasta nuestras fibras más íntimas. Solo
hemos reaccionado cuando los gobernantes nos metieron la mano en el bolsillo;
y, poco y nada, cuando lo hicieron en otros sitios más pudorosos…
Elige la vida y vivirás tú y tu descendencia (Dt 30, 19), nos manda el Señor del Universo.
Ningún poder humano podrá derogar el quinto mandamiento, que ordena No matar (Ex 20, 13). Ningún parlamento, ninguna asamblea,
y ninguna masa manipulada podrán lograr jamás que el aborto deje de ser un
asesinato. Porque, más allá de forzar el cambio del lenguaje, las cosas son lo
que son, por encima de cómo se las nombre. Podrán llamarlo interrupción del embarazo; seguida siendo un crimen.
¿Y
si hubiésemos salido Campeones del Mundo? ¡Mejor ni pensarlo! Mientras vivíamos
el delirio de los festejos, nos hubiesen impuesto, en trasnochadas votaciones
–como es la costumbre de este sistema- las más horrendas e inhumanas leyes.
Sí,
por supuesto, Argentina puede ser Campeona del Mundo, en vida, familia y
soberanía, si logra desprenderse de las mafias, de afuera y de adentro, que la
tienen absolutamente sometida como colonia. Para ello deberá volver a tomar
conciencia de que, solo sabiéndonos hijos del Padre, podremos jugar como
verdadero equipo. Y, lejos de creernos los dueños de todo, demostrar que solo
somos hijos del Dueño.
La
Iglesia celebra el 30 de junio a los primeros santos mártires de Roma; los
primeros cristianos de la ciudad eterna, que fueron masacrados en la
persecución de Nerón. Ellos, ante el mundo, fueron definitivamente perdedores;
ante Dios y su Iglesia fueron –como bien dijera Tertuliano- semilla de nuevos cristianos. Salvando las distancias, quiera Dios que esta
derrota sea el comienzo de una nueva y definitiva victoria. En nosotros está
jugarnos el todo por el todo…
+ Padre Christian Viña
Cambaceres, sábado 30 de junio de 2018.
Primeros Santos Mártires de Roma.
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