Ponencia de Leila F. Estabre
Delegada para Gran Buenos Aires de Rinnovamento nella Tradizione
Delegada para Gran Buenos Aires de Rinnovamento nella Tradizione
Vemos como ciertos sectores progresistas en Argentina toman la imagen de Evita hasta deformarla, demostrando una incomprensión de su esencia y de su pensamiento.
También vemos como estos sectores la señalan como una referente del movimiento feminista, volviendo a demostrar así el claro desconocimiento de su cosmovisión, ya sea por ignorancia o por deshonestidad intelectual.
¿Por qué compararla con Simone de Beauvoir?
Porque Simone además de ser una de las grandes ideólogas del feminismo, que dio el puntapié fundacional para el establecimiento de la segunda ola, fue también contemporánea a Evita. (Se llevaban 11 años). De esta forma se interpreta que cuando Eva habla del feminismo europeo, lo hace referenciándose también en el pensamiento de Beauvoir, cuya obra “El segundo sexo” (1949) se había convertido rápidamente en un éxito y se había difundido en los ciclos intelectuales de Francia, no sin causar polémica y por supuesto algunas críticas.
Es destacable que al día de hoy en la Argentina este libro es uno de los libros más vendidos.
Es destacable que al día de hoy en la Argentina este libro es uno de los libros más vendidos.
Para realizar esta presentación, decidí tomar tres ejes principales para destacar de una manera lo más clara y sencilla, las diferencias en la cosmovisión de pensamiento entre ambas. Porque juntar a estas dos mujeres, es como juntar el agua y el aceite, pero vamos a analizar por qué digo esto.
Los tres ejes son: la relación con el concepto de mujer, la relación con el feminismo y la relación con la espiritualidad. Estos ejes nos permitirán comprender mejor el pensamiento diferenciado de ambas.
Antes de pasar a los ejes haremos una breve caracterización de cada una.
En primer lugar Eva Duarte de Perón, conocida popularmente como Evita: una mujer femenina (como ella misma se declara) de espíritu cristiano y con valores nacionales;
y por otro lado Simone de Beauvoir: feminista, atea y comunista declarada.
y por otro lado Simone de Beauvoir: feminista, atea y comunista declarada.
También vale aclarar hoy, en un contexto signado por el feminismo moderno que hace profundo hincapié en las relaciones conflictivas entre hombres y mujeres; que Evita sintió hasta el último día de su vida un profundo respeto y amor por su esposo, el General Perón.
En reiteradas ocasiones se refería a él como su mentor y líder, sin ponerse colorada al declararse una humilde colaboradora de su gesta. Hoy bien sabemos que aquello simplemente era un gesto de modestia y humildad de parte de Eva, que bien sabía lo grandiosa que resultaba ser su figura para el pueblo argentino, quien incluso la llegó a declarar como su jefa espiritual.
Evita comienza diciendo en el prólogo de su obra “La razón de mi vida”:
“Y yo tengo mis razones, mis poderosas razones que nadie podrá discutir ni poner en duda: yo no era ni soy nada más que una humilde mujer... un gorrión en una inmensa bandada de gorriones... Y él era y es el cóndor gigante que vuela alto y seguro entre las cumbres y cerca de Dios.
Si no fuese por él que descendió hasta mí y me enseñó a volar de otra manera, yo no hubiese sabido nunca lo que es un cóndor ni hubiese podido contemplar jamás la maravillosa y magnífica inmensidad de mi pueblo.
Por eso ni mi vida ni mi corazón me pertenecen y nada de todo lo que soy o tengo es mío. Todo lo que soy, todo lo que tengo, todo lo que pienso y todo lo que siento es de Perón.”
Lo que Evita expresa es una clara muestra de su amor a Perón, como ella dice tanto a su persona como a su causa. No es un amor trivial o un amor sentimentalista. Evita entiende que la razón de este amor corresponde a su misión, es un amor que la eleva de lo ordinario para situarla en la misión de su vida. No es un amor de desprecio hacia sí misma, es un amor de elevación de su causa y su misión trascendente.
“Del mismo Perón, que siempre suele decir: “el amor es lo único que construye”, he aprendido lo que es una obra de amor y cómo debe cumplirse. El amor no es — según la lección que yo aprendí — ni sentimentalería romántica, ni pretexto literario. El amor es darse, y “darse” es dar la propia vida. Mientras no se da la propia vida cualquier cosa que uno dé es justicia. Cuando se empieza a dar la propia vida entonces recién se está haciendo una obra de amor.”
Simone en cambio no dudaba en llamarse a sí misma una intelectual de su época, reconociendo
su intenso camino en el mundo de las letras y la política, junto a su compañero sentimental Sartre, con quien mantuvo una relación poliamorosa hasta su muerte.
Ahora sí, pasemos a los tres ejes.
Empezamos con la relación con el concepto de mujer.
Vamos a ver primero cual era el concepto que Simone de Beauvoir tenía sobre la mujer. En la introducción de “El segundo sexo”, Simone cuestiona la existencia misma de la mujer como ser diferenciado del varón.
“Pero, en primer lugar, ¿qué es una mujer? (…) El conceptualismo ha perdido terreno: las ciencias biológicas y sociales ya no creen en la existencia de entidades inmutablemente fijas que definirían caracteres determinados, tales como los de la mujer, el judío o el negro; consideran el carácter como una reacción secundaria ante una situación. Si ya no hay hoy feminidad, es que no la ha habido nunca. ¿Significa esto que la palabra «mujer» carece de todo contenido? Es lo que afirman enérgicamente los partidarios de la filosofía de las luces, del racionalismo, del nominalismo: las mujeres serían solamente los seres humanos aquellos a los que arbitrariamente se designa con la palabra «mujer».”
Se cuestiona el concepto de mujer al mismo tiempo que se niega la feminidad como esencia inmutable. Esto se ve mayormente evidenciado en su frase más celebre y tan escuchada en los medios de comunicación y la academia hoy en día:
“No se nace mujer, llega a serlo. Ningún destino biológico, físico o económico define la figura que reviste en el seno de la sociedad la hembra humana; la civilización es quien elabora ese producto intermedio entre el macho y el castrado al que se califica como femenino.”
Considera a la mujer como un Otro respecto del varón, pero no por su diferencia esencial que es el valor de la feminidad (como sí lo creía Evita, como lo vamos a ver más adelante), sino como producto de una construcción social donde la misma es simplemente un macho castrado.
Continúa diciendo hacia el final de su obra:
“¿Basta con cambiar las leyes, las instituciones, las costumbres, la opinión y todo el contexto social para que hombres y mujeres se conviertan verdaderamente en semejantes? «Las mujeres siempre serán mujeres», afirman los escépticos; y otros videntes profetizan que, al despojarse de su feminidad, las mujeres no lograrán transformarse en hombres y se convertirán en monstruos. (Esto es justamente lo que decía Evita, que la mujer despojada de su feminidad deforma su ser, y por eso temía a la “masculinización de la mujer”).
…Eso es tanto como admitir que la mujer de hoy es una creación de la Naturaleza. Es preciso volver a repetir una vez más que, en la colectividad humana, nada es natural, y que, entre otras cosas, la mujer es un producto elaborado por la civilización: la intervención de otro en su destino es original; si esa acción estuviese dirigida de otro modo, desembocaría en un resultado completamente diferente. La mujer no es definida ni por sus hormonas ni por misteriosos instintos, sino por el modo en que, a través de conciencias extrañas, recupera su cuerpo y sus relaciones con el mundo.”
Eva en cambio, resalta las características de la mujer, diferenciándola constitutivamente del hombre en tanto su naturaleza complementaria femenina especifica. Así lo expresa en su obra “La razón de mi vida”:
“Yo creo firmemente que la mujer vive mejor en la acción que en la inactividad. (…)
La razón es muy simple: el hombre puede vivir exclusivamente para sí mismo. La mujer no.
Si una mujer vive para sí misma, yo creo que no es mujer o no puede decirse viva... Por eso le tengo miedo a la "masculinización" de las mujeres.
Cuando llegan a eso, entonces se hacen egoístas aún más que los hombres, porque las mujeres llevamos las cosas más a la tremenda que los hombres.
Un hombre de acción es el que triunfa sobre los demás. Una mujer de acción es la que triunfa para los demás... ¿no es ésta una gran diferencia?”.
La razón es muy simple: el hombre puede vivir exclusivamente para sí mismo. La mujer no.
Si una mujer vive para sí misma, yo creo que no es mujer o no puede decirse viva... Por eso le tengo miedo a la "masculinización" de las mujeres.
Cuando llegan a eso, entonces se hacen egoístas aún más que los hombres, porque las mujeres llevamos las cosas más a la tremenda que los hombres.
Un hombre de acción es el que triunfa sobre los demás. Una mujer de acción es la que triunfa para los demás... ¿no es ésta una gran diferencia?”.
También menciona el problema de la mujer y su misión, entendida diferente a la del varón.
“Todos los días millares de mujeres abandonan el campo femenino y empiezan a vivir como hombres. Trabajan casi como ellos. Prefieren, como ellos, la calle a la casa. No se resignan a ser ni madres, ni esposas. Sustituyen al hombre en todas partes. ¿Eso es “feminismo? Yo pienso que debe ser más bien masculinización de nuestro sexo. Y me pregunto si todo este cambio ha solucionado nuestro problema. Pero no. Todos los males argentinos siguen en pie y aun aparecen otros nuevos. Cada día es mayor el número de mujeres jóvenes convencidas de que el peor negocio para ellas es formar un hogar. Y sin embargo para eso nacimos. Allí está nuestro más grave problema. Nos sentimos nacidas para el hogar y el hogar nos resulta demasiada carga para nuestros hombros. Renunciamos al hogar entonces... salimos a la calle en busca de una solución... sentimos que la solución es independizarnos económicamente y trabajamos en cualquier parte... pero ese trabajo nos iguala a los hombres y... ¡no! No somos como ellos... ellos pueden vivir solos... nosotras no... Nosotras sentimos necesidad de compañía, de una compañía total... sentimos la necesidad de darnos más que de recibir... ¡No podemos trabajar nada más que para ganar un sueldo como los hombres!”
Aquí Evita no está diciendo que la mujer no debe salir a trabajar. De lo que está hablando es del ataque al rol de la mujer como madre y como esposa. Evita denuncia enérgicamente este ataque, que lo considera como un ataque al hogar y a la familia, que es la célula básica de la comunidad.
No dice que las mujeres no deben salir a trabajar, sino que las mujeres no deben caer en la masculinización de su forma de ser y actuar en el mundo, y no deben caer en la negación su esencia. En definitiva, muestra claramente que Eva distinguía entre la esencia masculina y la femenina.
No dice que las mujeres no deben salir a trabajar, sino que las mujeres no deben caer en la masculinización de su forma de ser y actuar en el mundo, y no deben caer en la negación su esencia. En definitiva, muestra claramente que Eva distinguía entre la esencia masculina y la femenina.
“Yo me siento nada más que la humilde representante de todas las mujeres del pueblo.
Me siento, como ellas, al frente de un hogar, mucho más grande es cierto que el que ellas han creado, pero al fin de cuentas hogar: el gran hogar venturoso de esta Patria mía que conduce Perón hacia sus más altos destinos.
¡Gracias a él, el “hogar” que al principio fue pobre y desmantelado, es ahora justo, libre y soberano!
¡Todo lo hizo él! Sus manos maravillosas convirtieron cada esperanza de nuestro pueblo en un millar de realidades. Ahora vivimos felices, con esa felicidad de los hogares, salpicada de trabajos y aun de amarguras... que son algo así como el marco de la felicidad. En este gran hogar de la Patria yo soy lo que una mujer en cualquiera de los infinitos hogares de mi pueblo. Como ella soy al fin de cuentas mujer.”
Es muy reiterativa la concepción que Eva Perón tiene sobre la mujer como guardiana del hogar. Y vuelvo a repetir, no porque ella crea que la única posibilidad de una mujer es ser ama de casa, es mucho más profundo que eso. Ella entiende que la mujer dentro del hogar lleva a cabo una de las más grandes obras que puede tener una nación, que es la formación de los hijos de la Patria. Tampoco quiere decir esto que el varón no debe realizar tareas del hogar o cuidar a los hijos, es un visión muy simplista. Evita se refiere a la esencia potenciadora de la mujer como transmisora de la cultura y dadora de vida de la historia. Entonces el hogar para ella, es todo aquel lugar donde la mujer hace efectiva su propia esencia. Por eso dice:
“El problema de la mujer es siempre en todas partes el hondo y fundamental problema del hogar. Es su gran destino. Su irremediable destino. Necesita tener un hogar, cuando no pueda construirlo con su carne lo hará con su alma ¡o no es mujer!”
Y se queja de algunas mujeres que se quedan con una visión simplista:
“No saben que la humanidad pasa de un siglo a otro a través de nuestro cuerpo y de nuestra alma, y que para eso es necesario que nosotras construyamos cada una un hogar.”
Pasemos ahora al segundo eje. La relación con el feminismo.
Ya hemos visto que De Beauvoir fue una gran impulsora del feminismo a escala global con su militancia social y sus obras literarias. Ella exponía lo siguiente en una entrevista realizada a la autora en 1975:
“Creía que había que militar por la revolución, soy completamente de izquierdas y busco el derrocamiento del sistema, la caída del capitalismo. Pensaba que sólo hacía falta eso para que la situación de la mujer fuese igual que la del hombre. Después me di cuenta de que me equivocaba. Ni en la URSS, ni en Checoslovaquia, ni en ningún país socialista, ni en los partidos comunistas, ni en los sindicatos, ni siquiera en los movimientos de vanguardia, el destino de la mujer es el mismo que el del hombre. Esto es lo que me convenció para convertirme en feminista y de manera bastante militante. He comprendido que existe una lucha puramente feminista y que ésta pelea contra los valores patriarcales, que no debemos confundir con los capitalistas. Para mí, las dos luchas han de ir juntas.”
Por otra parte, Eva Duarte de Perón se mostraba reacia a unirse al movimiento feminista. Lo dice en el capítulo que tituló “El paso de lo sublime a lo ridículo”:
“Confieso que el día que me vi ante la posibilidad del camino "feminista" me dio un poco de miedo. ¿Qué podía hacer yo, humilde mujer del pueblo, allí donde otras mujeres, más preparadas que yo, habían fracasado rotundamente? ¿Caer en el ridículo? ¿Integrar el núcleo de mujeres resentidas con la mujer y con el hombre, como ha ocurrido con innumerables líderes feministas? Ni era soltera entrada en años, ni era tan fea por otra parte como para ocupar un puesto así... que, por lo general, en el mundo, desde las feministas inglesas hasta aquí, pertenece, casi con exclusivo derecho, a las mujeres de ese tipo... mujeres cuya primera vocación debió ser indudablemente la de hombres. ¡Y así orientaron los movimientos que ellas condujeron! Parecían estar dominadas por el despecho de no haber nacido hombres, más que por el orgullo de ser mujeres. Creían entonces que era una desgracia ser mujeres... Resentidas con las mujeres porque no querían dejar de serlo y resentidas con los hombres porque no las dejaban ser como ellos, las "feministas", la inmensa mayoría de las feministas del mundo en cuanto me es conocido, constituían una rara especie de mujeres... ¡que no me pareció nunca mujer! Y yo no me sentía muy dispuesta a parecerme a ellas…”
Es interesante realizar una observación acerca del título de este capítulo. Aunque este más que clara la posición contraria de Evita sobre el movimiento feminista. Cuando ella habla del paso de lo “sublime” a lo “ridículo”, está diciendo justamente esto: que la noble y sublime batalla de reivindicar a la mujer, cayó en el ridículo debido a los medios utilizados. El absurdo consiste en que, según Eva, el feminismo en lugar de hacer una reivindicación de la mujer, lo que hace es llevarla a la masculinización, a perder su esencia. Por eso es importante nunca perder de vista la mirada espiritual de Evita sobre los procesos históricos.
Un día el General me dió la explicación que yo necesitaba.
“— ¿No ves que ellas han errado el camino? Quieren ser hombres. Es como si para salvar a los obreros yo los hubiese querido hacer oligarcas. Me hubiese quedado sin obreros. Y creo que no hubiese podido mejorar en nada a la oligarquía. No ves que esa clase de “feministas” reniega de la mujer. Algunas ni siquiera se pintan... porque eso, según ellas es propio de mujeres. ¿No ves que quieren ser hombres? Y si lo que necesita el mundo es un movimiento político y social de mujeres... ¡qué poco va a ganar el mundo si las mujeres quieren salvarlo imitándonos a los hombres! Nosotros ya hemos hecho solos, demasiadas cosas raras y hemos embrollado todo, de tal manera, que no sé si se podrá arreglar de nuevo al mundo. Tal vez la mujer pueda salvarnos a condición de que no nos imite.”
Yo recuerdo bien aquella lección del General. Nunca me pareció tan claro y tan luminoso su pensamiento. Eso era lo que yo sentía. Sentía que el movimiento femenino en mi país y en todo el mundo tenía que cumplir una función sublime... y todo cuanto yo conocía del feminismo me parecía ridículo. Es que, no conducido por mujeres sino por “eso” que aspirando a ser hombre, dejaba de ser mujer ¡y no era nada!, el feminismo había dado el paso que va de lo sublime a lo ridículo. ¡Y ése es el paso que trato de no dar jamás!”
Para Evita, la lucha por la reivindicación de la mujer pasaba por otro lado. Esta iba a ser dada mediante una nueva forma de dignificación de la esencia femenina y su actuar en la esfera social. No relegar a la mujer de la acción social, sino que forme parte incorporando su impronta femenina a la comunidad. Por eso ella hablaba de la gran ausencia. Esta ausencia era la ausencia de la mujer en el mundo.
¿Cómo colaborar con la dignificación del estado de la mujer? No con una lucha contra su esencia, ni una lucha contra el varón, sino mediante la complementación de ambos, dispuestos a unir fuerzas.
“Yo creo que el movimiento femenino organizado como fuerza en cada país y en todo el mundo debe hacerle y le haría un gran bien a toda la humanidad.
No sé en donde he leído alguna vez que en este mundo nuestro, el gran ausente es el amor.
Yo, aunque sea un poco de plagio, diré más bien que el mundo actual padece de una gran ausencia: la de la mujer. Todo, absolutamente todo en este mundo contemporáneo, ha sido hecho según la medida del hombre.
Nosotras estamos ausentes en los gobiernos. (…) No estamos en ninguno de los grandes centros que constituyen un poder en el mundo. Y sin embargo estuvimos siempre en la hora de la agonía y en todas las horas amargas de la humanidad. Parece como si nuestra vocación no fuese sustancialmente la de crear sino la del sacrificio.
(…) Y sin embargo nuestra más alta misión no es ésa sino
crear.
Y no me explico pues por qué no estamos allí donde se quiere crear la felicidad del hombre.
¿Acaso no tenemos con el hombre un destino común?
¿Acaso no debemos hacer juntos la felicidad de la familia?
(…) Yo no desprecio al hombre ni desprecio su inteligencia,
pero si en muchos lugares del mundo hemos creado juntos hogares felices, ¿por qué no podemos hacer juntos una humanidad feliz?
Ese debe ser nuestro objetivo. Nada más que ganar el derecho de crear junto al hombre, una humanidad mejor.”
Para ir finalizando, vamos a pasar al eje de la espiritualidad.
Simone de Beauvoir sostiene en su autobiografía llamada “Memorias de una joven formal” (1959) su mirada acerca de la dimensión espiritual de la vida:
“(…) La consecuencia fue que me acostumbré a considerar que mi vida intelectual –encarnada por mi padre– y mi vida espiritual – encarnada por mi madre– eran dos terrenos radicalmente heterogéneos, entre los cuales no podía producirse ninguna interferencia. La santidad pertenecía a otro orden que la inteligencia; y las cosas humanas –cultura, negocios, política, usos y costumbres– nada tenían que ver con la religión. Así relegué a Dios fuera del mundo, lo que debía influir profundamente en mi futura evolución.”
Entendiendo a las verdades de este mundo como un producto ajeno a la realidad espiritual. Para Simone, despojarse de la religión es evolucionar.
En su obra “El segundo sexo”, entiende a la religión como una especie de tranquilizante de las masas y en este caso, un opio que da el varón a la mujer, al mejor estilo de Marx cuando dice que “la religión es el opio de los pueblos”.
“Hay una justificación, una compensación suprema, que la sociedad ha tenido siempre el prurito de dispensar a la mujer: la religión. Hace falta una religión para las mujeres, como hace falta para el pueblo, exactamente por las mismas razones: cuando se condena a la inmanencia a un sexo, a una clase, es necesario ofrecerle el espejismo de una trascendencia.”
Es decir, que de la misma forma que el pueblo es oprimido por la burguesía, la mujer es oprimida por el hombre, y para solucionar esto se ofrece la religión.
Evita llega y contesta lo siguiente:
“Yo no creo que la religión sea el opio de los pueblos.
La religión debe ser, en cambio, la liberación de los pueblos; porque cuando el hombre se enfrenta con Dios alcanza las alturas de su extraordinaria dignidad.
Si no hubiese Dios, si no estuviésemos destinados a Dios, si no existiese religión el hombre sería un poco de polvo derramado en el abismo de la eternidad.
Pero Dios existe y por Él somos dignos, y por Él somos iguales, y ante Él nadie tiene privilegios sobre nadie.
¡Todos somos iguales!
Yo no comprendo entonces por qué, en nombre de la religión y en nombre de Dios, pueda predicarse la resignación frente a la injusticia, y por qué no puede en cambio reclamarse, en nombre de Dios y de la religión, esos supremos derechos de todos a la justicia y a la libertad.
La religión no debe ser jamás instrumento de opresión para los pueblos. Tiene que ser bandera de rebeldía. La religión está en el alma de los pueblos porque los pueblos viven cerca de Dios, en contacto con el aire puro de la inmensidad.
Nadie puede impedir que los pueblos tengan fe.
Si la perdiesen, toda la humanidad estaría perdida para siempre.”
La religión debe ser, en cambio, la liberación de los pueblos; porque cuando el hombre se enfrenta con Dios alcanza las alturas de su extraordinaria dignidad.
Si no hubiese Dios, si no estuviésemos destinados a Dios, si no existiese religión el hombre sería un poco de polvo derramado en el abismo de la eternidad.
Pero Dios existe y por Él somos dignos, y por Él somos iguales, y ante Él nadie tiene privilegios sobre nadie.
¡Todos somos iguales!
Yo no comprendo entonces por qué, en nombre de la religión y en nombre de Dios, pueda predicarse la resignación frente a la injusticia, y por qué no puede en cambio reclamarse, en nombre de Dios y de la religión, esos supremos derechos de todos a la justicia y a la libertad.
La religión no debe ser jamás instrumento de opresión para los pueblos. Tiene que ser bandera de rebeldía. La religión está en el alma de los pueblos porque los pueblos viven cerca de Dios, en contacto con el aire puro de la inmensidad.
Nadie puede impedir que los pueblos tengan fe.
Si la perdiesen, toda la humanidad estaría perdida para siempre.”
Es clara su fe, su creencia en Dios, y en los valores trascendentes. Entender a Evita sin entender su dimensión espiritual es un grave error, ya que formaba una parte constitutiva de su vida, en su obra y en su cosmovisión.
Vuelve a hablar de la mujer en su dimensión espiritual:
“Yo creo en los valores espirituales. Por otra parte, eso es lo que nos enseña la doctrina justicialista de Perón. Por eso mismo, porque creo en el espíritu, considero que es urgente conciliar en la mujer su necesidad de ser esposa y madre con esa otra necesidad de derechos que como persona humana digna lleva también en lo más íntimo de su corazón.”
Para evita, la trascendencia no era un ente abstracto, fuera del mundo y la vida cotidiana. Ella vivía y sentía su amor por Dios en su acción, practicando la caridad. No como la entendemos hoy, como limosna, sino como un brindarse a Dios. Hasta tal punto darse, que terminó dando su propia vida. Era su forma de vivir, profundamente cristiana.
“El tema y el día me hacen seguir hablando de Dios y de los pobres.
Muchas veces cuando pienso en mi destino, en la misión que debo cumplir, en la lucha que esa misión me exige, me siento débil.
¡Es tan grande la lucha y son tan pocas mis fuerzas!
En “esos momentos” creo que siento necesidad de Dios...
Yo no lo invoco a Dios a cada rato.
Recuerdo que alguien un día me rogó que fuese más “cristiana”, y que invocase más frecuentemente a Dios en mis discursos y en mi actividad pública.
Quiero dejar aquí en estos apuntes la respuesta que le di, porque me he prometido ser sincera en todo... también en esto:
— Es cierto lo que Ud. dice. Yo no invoco a Dios muy frecuentemente. La verdad es que no lo quiero complicar a Dios en el bochinche “de mis cosas”. Además, casi nunca lo molesto a Dios pidiéndole que me recuerde, y nunca reclamo nada para mí. Pero lo quiero a Cristo mucho más de lo que Ud. cree: yo lo quiero en los descamisados. ¿Acaso no dijo Él que estaría en los pobres, en los enfermos, en los que tuviesen hambre y en los que tuviesen sed? Yo no creo que Dios necesite que lo tengamos siempre en los labios. Perón me ha enseñado que más vale llevarlo en el corazón. Yo soy cristiana por ser católica, practico mi religión como puedo y creo firmemente que el primer mandamiento es el del amor. El mismo Cristo dijo que... “nadie ama más que el que da la vida por sus amigos”.
Si alguna vez lo molesto a Dios con algún pedido mío es para eso: para que me ayude a dar la vida por mis descamisados.”
Y así fue.
Mucho podríamos continuar hablando de su relación con la Providencia, pero no nos alcanzaría el tiempo. Por lo tanto, estimo que estas citas que he elegido sean al menos suficientes para ilustrar su amor a Dios. En lo demás, ese amor puede verse en cada una de sus obras.
Mucho podríamos continuar hablando de su relación con la Providencia, pero no nos alcanzaría el tiempo. Por lo tanto, estimo que estas citas que he elegido sean al menos suficientes para ilustrar su amor a Dios. En lo demás, ese amor puede verse en cada una de sus obras.
Para terminar quiero cerrar con algunos párrafos en las palabras de Evita, que me parece, son un excelente resumen de lo que fue su paso por nuestra historia y nuestra vida.
Me siento verdaderamente madre de mi pueblo.
Y creo honradamente que lo soy. ¿Acaso no sufro con él? ¿Acaso no gozo con sus alegrías? ¿Acaso no me duele su dolor? ¿Acaso no se levanta
mi sangre cuando lo insultan o cuando lo denigran?
Mis amores son sus amores.
Por eso ahora lo quiero a Perón de una manera distinta, como no lo quise antes: antes lo quise por él mismo... ¡ahora lo quiero también porque mi pueblo lo quiere! Por todo eso, porque me siento una de las tantas mujeres que en el pueblo construyen la felicidad de sus hogares, y porque yo he alcanzado esa felicidad, la quiero para todas y cada una de aquellas mujeres de mi pueblo...
Quiero que sean tan felices en el hogar de ellas como yo lo soy en este hogar mío tan grande que es mi Patria.
(…) Quiero hacer hasta el último día de mi vida la gran tarea de abrir horizontes y caminos a mis descamisados, a mis obreros, a mis mujeres...
Yo sé que, como cualquier mujer del pueblo, tengo más fuerzas de las que aparento tener y más salud de la que creen los médicos que tengo.
Como ella, como todas ellas, yo estoy dispuesta a seguir luchando para que mi gran hogar sea siempre feliz.
¡No aspiro a ningún honor que no sea esa felicidad!
Esa es mi vocación y mi destino.
Esa es mi misión. Como una mujer cualquiera de mi pueblo quiero cumplirla bien y hasta el fin.
Tal vez un día, cuando yo me vaya definitivamente, alguien dirá de mí lo que muchos hijos suelen decir, en el pueblo, de sus madres cuando se van, también definitivamente:
— ¡Ahora recién nos damos cuenta que nos amaba
tanto!
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