viernes, 6 de septiembre de 2019




Por Jorge Prina

Realidad y fantasía se mezclan en la vida del personaje de Eduardo Gutiérrez. Hubo quien creyó que fue tan sólo una invención del folletinero porteño, luego plasmada -y popularizada- en un libro cuya portada muestra el grabado de un gaucho huyendo de la partida, pero esta historia es real, sigue leyendo y no solo lo comprobarás, sabrás mas de este gaucho matrero, cuchillero, que en sus últimos días se enderezó…


¡Pero lo cierto es que existió! Eduardo Gutiérrez lo visitó en la penitenciaria, donde escribió su historia, también lo demuestran los expedientes judiciales consultados de los partidos bonaerenses donde sus fechorías se hicieron patentes y, en el archivo histórico de la ciudad de La Plata, y como si fuera poco, con un arduo trabajo de investigación conseguí esta imagen que muestra a Felipe Pacheco, El Tigre de Quequén, junto a sus hijo poco tiempo antes de fallecer.

El comienzo de la vida de matrero de Felipe Pascual Pacheco, alias "el Tigre del Quequén", tiene mucho en común a la de tantos gauchos de la época: una “injusticia” lo llevó a defender su hombría a punta de facón. Este fue el comienzo de una serie de desencuentros con la justicia, las partidas, y así comenzó su leyenda.
Felipe Pacheco había nacido en 1828 en el barrio porteño de Palermo, pero cuando todavía era un niño fue abandonado por sus padres y es criado por una mujer llamada Gregoria Rosa.
Hacia 1860 Pacheco llegó a la Lobería Grande y contrajo matrimonio con Juana Moreno, madre de seis de sus hijos. Su vida transcurrió sin mayores sobresaltos hasta 1866, cuando comenzaron las desdichas, ya que en duelo hiere de gravedad a un matrero muy mentado, por lo cual, tuvo que adentrarse campo adentro. Así es como comienza Felipe Pacheco y cimenta su fama a punta de cuchillo y, según relatan crónicas de la época, "era temido por los gauchos e imbatible con el facón y el rebenque".y gana el mote de "el Tigre del Quequén", por su astucia, fiereza y sorprendente habilidad para evadir a la partida.

Fue así que en el año 1866 se le inicia a Pacheco una causa criminal por una muerte hecha en el partido de la Lobería. Dice el escrito "que el criminal ha desaparecido y abandonado sus bienes y familia" (tenía 6 hijos).
Pacheco se reúne nuevamente con su familia y se establece en la estancia de un fuerte hacendado, Don Angel Zubiarre (cerca de la actual ciudad de Necochea), Don Zubiarre era uno de los primeros pobladores de Necochea, y bajo su ala de protección estuvo El Tigre. Con el tiempo se hace de una tropilla, también es conchabado como resero y recorre con este oficio varios partidos del centro sur de la provincia de Buenos Aires, para El Tigre son tiempos de paz… pero a menudo en pulperías o campamentos de troperos, debe responder -a rebencazos, como era de rigor- a las bravuconadas de paisanos provocadores o de simples pleiteros en busca de gloria, ganarse la fama de ser el matador del Tigre de Quequén, es así que cada duelo o "hazaña” le acrecentaba su fama de matrero. 

Fue tildado de ladino, pendenciero y malentretenido. Perseguido durante años y por el odio que le inspiraron los hombres, estableció su real en una cueva de las barrancas del río Quequén. Por su fiereza y habilidad, para salir airoso de cuanta celada le era preparada, fue apodado "el Tigre del Quequén".
En la zona de Tres Arroyos, donde luego se desempeña como asistente de los jueces de Paz, Antonio Arancibia y Bernardo Arriaga, quien finalmente le advierte que desde el juzgado de Dolores solicitan su captura, tarea para la cual es encomendado el famoso policía "gorra colorada", que lo termina atrapando cuando "el Tigre" salía de su cueva.





La cosa fue asi, la leyenda del Tigre, el gaucho bravo y pendenciero, comenzaba a forjarse. Durante una década supo burlar con fiereza y habilidad los intentos de sucesivos sargentos para enviarlo tras las rejas. Los vecinos del Quequén Salado, atemorizados por su fama, lo denunciaron en 1875, y el comisario Luis Aldaz, más conocido como “El Gorra Colorada” otro rudo personaje de la campaña y diez soldados fueron enviados tras sus huellas.

Cerca del Paso del Médano -por Copetonas- vieron un perro solitario que mansamente los llevó a la guarida de su amo. Despojado del facón y del trabuco que tenía entre sus ropas y sin oponer resistencia, Pacheco fue arrestado y marchó preso atado sobre su propio caballo.

En palabras del  propio Aldaz…"uno de esos criminales que solamente con su presencia aterroriza... autor de 14 asesinatos alevosos y de tener familia con sus propias hijas", pero si bien se le asignaban 14 muertes, cuando el juez de Dolores le pide a su par de Tres Arroyos que informe si "el Tigre" tenía causas o sumarios abiertos, le aclara que es totalmente inocente, incluso, hasta del homicidio de un vasco de la zona del que estaba acusado". En realidad, sólo se le pudo imputar un asesinato y una fuga. Al mayúsculo cargo de incesto, el juez lo desechó de plano. También expresaba el Dr. Aguirre, que "de los demás crímenes atribuidos a Pacheco, no había ningún elemento para imputárselos". Sobreseía a éste y que "debía cumplir la sentencia en la Penitenciaría de Buenos Aires por el hecho de 1866". Lugar donde ingresó Felipe Pacheco en diciembre de 1876.


Al parecer recuperó su libertad el año 1880, en premio a su buena conducta y en atención a un problema de salud. Lo cierto es que, tiempo más tarde y escapándole a su fama de "hombre malo", el "Tigre" llegó a La Pampa. Se establece en los campos de Quehué en 1887. Allí peonaba en distintos puestos, cuidando su pequeño capital en haciendas y caballos. 

Era muy requerido para amansar caballos, oficio que entre otras cosas, le había dado renombre en los pagos bonaerenses de sus años mozos.
Luego tomó una plaza como postillón en la mensajería de Valleé, que por aquellos años hacía su servicio entre Trenque Lauquen y General Acha. Posteriormente, abandona esta ocupación y levanta su rancho en un abra del monte circundante al paraje Toay. Allí existía un boliche llamado "el fortín Llorens", ubicado a pocos metros de la famosa fuente que diera nombre desde muy antiguo a toda la zona y, posteriormente al pueblo.

Aunque entre los moradores del punto era conocido como Pacheco "el malo", se le había dado este título más como respetuoso reconocimiento a sus pasadas andanzas que por pendencias en el lugar. Los testimonios son coincidentes en que nunca, desde que vivió en Toay, tuvo un altercado con nadie. Siempre se reveló como un hombre trabajador, pacífico y de hábitos familiares. Pues una joven mujer que lo acompañaba como esposa, Anacleta Viera, le había dado 6 hijos pampeanos, poderosas razones para no replicar violentamente a indirectas intencionadas que algunas veces le dirigían imprudentes o camorreros.

La especialidad de Felipe Pacheco eran los trenzados de sogas, riendas; lazos; bozales, muy condicionados entre el criollaje, en quienes hallaba pronta clientela. Si bien vivía humildemente, como buen gaucho presumido gustaba mostrar sus lujos. Era común que cayera a cuanta reunión campera hubiera, montando su "crédito", un soberbio zaino rabicano emprendando ricamente en plata, causando la admiración y codicia de todos. En tales ocasiones era, invariablemente, centro de la reunión. En fluida charla, gustaba relatar sus pasadas andanzas. Adoptando su más estudiada pose de compadre neto afirmaba no haber sido asesino, y al rosario interminable de muertes que se le imputaban lo reducía a unas pocas, y a éstas haberlas hecho en "güena lay".

Cuando Juan Brown funda el pueblo, observando su comportamiento ejemplar y el predicamento adquirido entre el gauchaje de los puestos circundantes, lo hace su hombre de confianza y habitualmente lo ocupaba en diversas tareas camperas. Lo protegió durante años y le permitió vivir en su campo. Su aún fuerte contextura física, pese a ser un hombre de 77 años, se vio atacada por un incurable mal. Felipe Pascual Pacheco, muere el 30 de noviembre de 1898 en su rancho de Toay. Consta en el acto del libro de defunciones que el deceso se produce a causa de "reblandecimiento cerebral”, según el certificado médico del Dr. José Oliver. Horas más tarde de ese mismo día, y también según el archivo del Registro Civil, nacía Agustina, la séptima hija de aquel hombre de 77 años.


Felipe Pacheco en Toay junto a sus Hijos


La “Cueva del Tigre”
Es una caverna a orillas del río Quequén Salado, donde supo refugiarse Felipe Pascual Pacheco, nuestro legendario gaucho matrero, de vida errante y facón a la cintura. Hoy es una atracción turística conocida, el sitio está ubicado a unos 15 kilómetros de Copetonas. Tomando la ruta hacia Brío. Reta a la altura del cementerio de Copetonas sale un camino entoscado que desemboca en ese sitio donde la naturaleza fue pródiga, bañada por las aguas del río Quequén Salado --límite natural entre los partidos de Tres Arroyos y Coronel Dorrego-- rodeada de altos barrancos, con una impactante cascada (llamada "salto del tigre"), se refugiaba el temible Pacheco, que para algunos historiadores era un bandido rural, y para otros una especie de "Robín Hood" pampeano.


Quien era Luis Aldaz, el cazador del Tigre.
Luis Aldaz nace en Pamplona, Navarra en 1943, era hijo de Martín Aldaz y de Graciosa Arbizú, ambos de nobles familias españolas. Llegó a Buenos Aires en 1871, bajo la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento.

 Le tocó vivir en una Argentina en pleno proceso de reorganización nacional y modernización, y al mismo tiempo bajo los últimos atisbos del caudillismo tan arraigado en el interior del país. Ingresó como soldado voluntario del Batallón Guardia Provincial, bajo las órdenes del comandante José Ignacio Garmendia. Combatió contra las fuerzas del caudillo entrerriano López Jordán, ascendiendo hasta teniente primero en 1878. Fue oficial de la policía rural de la provincia de Buenos Aires desde 1879. Apoyó la política centralista y porteña de Carlos Tejedor en la revolución de ese año, participando en los combates de los Corrales y Puente Alsina contra Bartolomé Mitre, en 1880. Tras la federalización de Buenos Aires, pasó a la policía de provincia como oficial de frontera.

Llegó a prestar servicios y ser nombrado comisario en Guaminí (provincia de Buenos Aires) entre 1906 y 1917. Ese mismo año fue nombrado inspector general y tres años más tarde se le designó alcalde del departamento de policía de la ciudad de La Plata (capital de la provincia de Buenos Aires).
Durante treinta y cinco años prestó servicios contra el gauchaje alzado, persiguiendo matreros, criminales y ladrones de ganado. Había recibido varias cicatrices de lanzazos, cuchilladas y balazos al someter a temidos delincuentes, como el célebre Felipe Pacheco, alias El Tigre de Quequén. Se le conocía con el apodo de Gorra colorada por el quepí rojo que llevaba. Era de complexión robusta, alto y fornido, con una increíble fuerza física y un riguroso sentido de la justicia.
La Jefatura de Policía de la provincia de Buenos Aires le decretó honores especiales a su muerte por considerarlo el decano de los funcionarios policiales, por su conducta intachable y los innumerables servicios prestados.
Dejando de existir en La Plata, un 12 de septiembre de 1920.

Y una última historia que se supo de el:
En sus últimos años de vida, viejo y en paz, hallándose en unas carreras en el Camino de la Arena, un mocetón le cruzó las espaldas con su rebenque y él, haciendo ademán de atropellarlo, se contuvo y exclamó;
— Guacho, canalla!... Hubieras estao veinte años en una cárcel y veríamos si rebenqueabas; a un hombre!
…el Tigre ya estaba cansado.





Fuente:
Caras y Caretas, 7 de enero de 1899, n°14
Diario "La Arena" - suplemento centenario de Toay- Autor Walter Cazenave - 9 de julio – 1994
V. Osvaldo Cutolo, Nuevo Diccionario Biográfico Argentino, t. IV, Buenos Aires, Elche, 1975, pág. 81.
Eduardo Gutierrez, El Tigre de Quequén,
http://www.lagazeta.com.ar

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