Columnista: Pelu Crespins, experto en divulgación histórica
España en estado de alarma y reclusión cuasi forzosa en casa, salvo caso de fuerza mayor o ir al supermercado y rezar por no pillar nada. La gente, ante tanto aburrimiento y falta de libertad, va haciendo algo muy típico español, el ridículo en general.
Esto ha supuesto un claro golpe directo a nuestro estilo de vida en donde todo tiene que ser satisfecho de manera inmediata y en donde ante un mal servicio o contratiempo, reseña negativa en Google maps o mal comentario en Facebook.
Hubo otra época en donde no había espacio para tanta queja y tanta memez, en donde se aguantaba estoicamente la reclusión o bien el destierro y en donde la zona de confort era algo tan frágil como un castillo de naipes.
Juana I de Castilla, apodada La Loca
Pues sí, había otra época en dónde ni la más absoluta realeza se podía librar de sufrir severos castigos terrenales. Se pone en duda o en entredicho si la Reina de Castilla estaba realmente loca o no. Cierto es que perdió la cabeza tras la muerte de su marido, Felipe el Hermoso, en donde durante ocho meses caminó pegada al catafalco de su difunto esposo despertando asombro e incluso miedo entre la población castellana.
Ante semejante acto de locura ante la pérdida de un ser querido, Fernando el Católico, siguiendo los dictados de El Príncipe de Maquiavelo y por razón de Estado, procedió a la reclusión de su hija y heredera al trono de Castilla en Tordesillas (Valladolid) en 1509. Nunca más volvió a salir de ahí.
El confinamiento de doña Juana, por su presunta incapacidad mental, era esencial para la legitimidad en el trono castellano, primero de su padre, Fernando, y después de su hijo, Carlos I. Si se empezaba a rumorear que la reina estaba cuerda, los adversarios del nuevo rey podrían derrocarlo por usurpador. De ahí que la figura de doña Juana se convirtiera en una pieza clave para legitimar el movimiento de las Comunidades.
Los reyes Fernando y Carlos trataron de borrar cualquier vestigio documental del encierro de la reina Juana. No hay rastro de la correspondencia intercambiada entre ambos. Incluso Felipe II ordenó quemar ciertos papeles relativos a su abuela.
¿Fue Juana I de Castilla una líder del movimiento comunero?
El movimiento comunero de 1520 quiso apoyarla y rescatarla para su causa pues ella era la legítima representante de la Casa de los Trastámara. Quizá fuese por real locura, quizá fuese por amor de madre ante su hijo, el emperador Carlos I, quizá fuese porque prefiriese permanecer encerrada vestido de negro ante un mundo hostil en donde prevalecía la razón de Estado, desistió de apoyar la fallida causa.
Muchos otros, ante tal afrenta, hubiesen apoyado la causa por venganza, por ambición o por justicia terrenal, pero Juana I de Castilla prefirió permanecer en su reclusión, posiblemente fomentando la oración, quizá con la perdida noción, en perenne malherida situación.
Conclusión
Que ante tanto hedonismo imperante, ante tanta satisfacción de los deseos al instante y ante tanto materialismo recalcitrante, hubo una reina que permaneció nada más ni nada menos que 46 años recluida hasta su muerte en 1555, sin haber cometido crimen alguno salvo el de perder la cabeza por amor.
Ni siquiera su nieto, Felipe II, quiso liberarla, o bien quizá ya se había institucionalizado en su reclusión. O quizá ante tanta ambición, necedad, superchería y populachería, prefirió la reclusión antes de la inclusión en la mundana vida.
Y mientras tanto, a vociferar gilipolleces por el patio como buen populacho patrio.
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