miércoles, 15 de abril de 2020






Por Gianfranco B. Sangalli
Este Mundo nuestro y la Humanidad que lo habita, están llegando de la peor de las maneras posibles al final de su Ciclo adámico. Aunque Dios lo pre-viera (por Su pre-ciencia) esto está sucediendo así no por una fatalidad del destino, ni tampoco por un caprichoso dictado de -inexistentes- dioses. Esto está por acaecer de ese modo por voluntad de los propios descendientes de Adán (del Adán cromosómico, si se quiere, del que hoy en día hablan los genetistas), es decir, del Hombre. Sí, porque éste está dotado de libre albedrío por su Creador. Y en su equivocado ejercicio de tal facultad, el ser humano decidió, gradualmente mediante varios actos individuales y colectivos revolucionarios (es decir, en sí mismos subversivos) ir dando la espalda a la Voluntad de Dios (en la que el hombre está llamado a encontrar la plenitud de su libertad), para afirmar la propia; y este proceso subversivo, sin perder su gradualismo, aunque con progresiva marcada aceleración, lo ha sido ya de abierto desafío desde hace 231 años.
En efecto, esta parábola descendente se traza, por lo menos, desde la renacentista blasfema negación de Pico della Mirandola de la posibilidad de conocer y nominar a Dios y Sus atributos, afirmando la plena autosuficiencia del hombre en la forja de su destino (que niega en la práctica el debido recto uso del libre albedrío), y pasa por los momentos fundamentales de la “cultura iluminista” del siglo XVIII y su consecuencia la revolución francesa, el positivismo del siglo XIX, el resultado de la Primera y Segunda Guerras Mundiales que consolidan los subversivos postulados sociales y políticos de las dos centurias anteriores, hasta llegar a los postulados del Mayo de 1968 (cosecha de la nefasta “Escuela de Frankfurt”, lamentablemente escapada en 1933-34 hacia los EE.UU., arruinando culturalmente a éstos y al mundo con su marxismo reinterpretado a la luz del psicoanálisis freudiano) y, concretamente, su revolución sexual, que están en la base –como hace unos pocos meses denunciaba Su Santidad el Papa Benedicto XVI- del carácter terminal de la enfermedad que aqueja a la sociedad Occidental.
Progresivamente empoderado desde aquel Mayo de 1968, el neo-marxismo cultural ha estado abocado, con buen éxito en la mayoría de países del mundo Occidental, a la promoción de modelos culturales que pretenden romper con los que han caracterizado, en su fundamento moral, las instituciones básicas y las conductas sociales de nuestras sociedades. En esta línea, lo que se pretende ahora, tras las conquistas previas, casi universales, del divorcio y del aborto, es ir avanzando en el proceso de  reingeniería social, con propuestas como la del abusivamente llamado “matrimonio gay”, las “uniones civiles”, el “derecho de adopción por parejas del mismo sexo”, el “derecho a la muerte digna” (eutanasia), etc.
El objetivo final es conducirnos a la plena, cabal realización del neo-comunismo en el Nuevo Orden Mundial, entendido como igualdad absoluta, en que cultural y socialmente da lo mismo una cosa que otra. Pero resulta que este Nuevo Orden Mundial (NOM) basado en el Igualitarismo, es contrario al Plan de Dios y, de suyo, filosóficamente incompatible con el Orden Natural. El NOM es un Orden cultural y moralmente enfermo; y, lamentablemente, una gran parte –en sí misma falsa, apóstata- de la Iglesia está a él alineada.
De dicha enfermedad, que lo es del alma, cada vez más se pueden observar en todo el mundo occidental los síntomas pestilentes (nunca más oportunamente dicho), los frutos naturalmente envenenados del liberalismo filosófico y político que encarna el Estado demo-masónico y laico, en cuyo interior el neo-marxismo cultural, en su esfuerzo de deconstrucción radical de las bases culturales de la sociedad cristiana, actúa como un acelerador de todas las perversiones del Orden Natural, paseando con impudicia frente a todos  -ya sin tapujos ni prudencias tácticas-  su insolente y repugnante exhibicionismo: restricciones legales al ejercicio de la autoridad de los padres, igualdad absoluta de géneros e incluso invención de nuevos tipos de éstos y de “familias”, desautorización de los maestros, normalización legislativa de la igualdad progresiva de cualesquiera conductas desordenadas, etc.  ¿Cómo contemplará Dios tamaña locura?
Dios no es indiferente a la suerte que corre Su Creación, muy especialmente el Hombre; ergo, no lo es de la Historia de éste. Todo lo contrario: habiéndolo creado para que sea feliz (y su felicidad radica en su unión con Él), no puede asistir impasible, por así decirlo, al proceso por el cual el Hombre se empecina en ir hacia el despeñadero definitivo e irrevocable en que quedaría para siempre separado de Él. Así pues, ya hace 2000 años, a través del apóstol San Juan en el Libro de las Revelaciones, Dios nos quiso dejar ilustrada la parábola descendente de la Humanidad y su desenlace final;  e incluso varios siglos antes que Juan, con Isaías, Jeremías, Daniel, y luego en su tiempo el mismo Jesucristo en sus sermones llamados escatológicos, expusieron las señales para reconocer el Tiempo en que Cristo mismo, como último acto de Su Misericordia, antes de aplicar Su Justicia, intervendrá, in extremis, en la Historia del Hombre para destruir el mal, salvar de la ruina definitiva al mayor número posible de hombres (un tercio del total) y restaurar Todo en Él (“y vi un Cielo nuevo y una Tierra nueva”, porque el primer cielo y la primera tierra habían pasado… Ap. 21, 1). Esto es, para todo cristiano, dogma de Fe.
Desgraciadamente, el Hombre de hoy, poco atento a los Signos de los Tiempos, no se apercibe de que es conducido, alegre y satisfecho (como bien las podría describir Orwell) no solamente a su aniquilación moral, ergo, a su despersonalización, deshumanización, sino a su perdición eterna;  erradicar a Cristo y Su doctrina del alma de los individuos y de las sociedades, en última instancia a esto equivale. Y todo esto conducirá, además, cada vez a un mayor caos social (violencias, desórdenes, guerras e injusticias de todo género) y a la creciente rebelión de la Naturaleza (epidemias y desastres naturales) porque los ángeles que la gobiernan* –como es de fe cristiana- ofendido el común Creador, la usarán como castigo del pecado del Mundo.
***
Estas últimas semanas el Mundo está viviendo, alarmado y en parálisis total, el estado de zozobra causado por la que denominaremos peste comunista china (alias Covid-19).
La declarada pandemia ha hecho que el Hombre, tras largo tiempo sintiéndose cuasi omnipotente, y de seguro autosuficiente, ante la perspectiva de una rápida muerte, de golpe haya percibido su propia radical fragilidad y la futilidad de las cosas materiales con que, en vano,  ha querido llenar, dar sentido a su existencia.
Como consecuencia de esta situación de emergencia, el Hombre se ha abocado a combatir la peste con medidas de precaución sanitaria; es una reacción prudente, pero a todas luces insuficiente, porque no está sacando las debidas conclusiones acerca de las causas reales y profundas que están en el origen del mal presente, y de los peores que por su inconsciencia aún le aguardan en  el porvenir.
La pestilencia moral del mundo presente, que ha invertido el orden de la Creación y el Plan de Dios, es una mucha peor pandemia que la natural que se está sufriendo, aunque la inmensa mayoría de los seres humanos, en su prometeica insensatez, no se percate de ello. Es la peor porque la hediondez que de ella emana llega al Cielo y es como una sonora bofetada en el divino rostro de Cristo, Autor de la Vida y Señor de la Justicia que, en cuanto tal, no tolera ser impunemente insultado y burlado.  Dios sabe castigar, según sea el caso, tanto individual cuanto colectivamente, al transgresor de Su ley.  Su castigo surge primeramente del Amor, teniendo el sentido y el valor de la reprimenda, del correctivo, como hace todo buen padre con sus hijos descarriados;  pero al Final de los Tiempos (no confundir con Fin del Mundo) habrá también un castigo exterminador de los impenitentes, es decir, de quienes voluntariamente se reafirmen en el desprecio del Amor Divino.
Por la Sagrada Escritura y la enseñanza católica constante (sus 2,000 años de Magisterio invariado), sabemos que Dios ha castigado y castigará el extravío de las sociedades y de la Humanidad toda con desastres naturales, guerras, revoluciones y epidemias. De modo que, para los católicos modernitos que –en su ignorancia o desvarío- sostienen Dios no castiga, baste San Pablo para demostrarles su error: «Queridos míos, no hagan justicia por sus propias manos, antes bien, den lugar a la ira de Dios. Porque está escrito: Yo castigaré. Yo daré la retribución, dice el Señor » Romanos 12,19.
Que nadie se haga idílicas ilusiones sobre los tiempos que tendremos que afrontar. Los Signos de los Tiempos están allí fuera, para ser entendidos por quienes tengan la prudencia de escudriñarlos en las profecías bíblicas y en las revelaciones privadas aprobadas por la Iglesia (hacer un repaso de ellas excede el propósito de este artículo).
A la vista de la corrupción generalizada del Mundo, cuánto más hoy pronunciaría el Venerable Pío XII, Papa, las palabras de su Mensaje Pascual de 1957:
“¡Ven Señor Jesús! La Humanidad no tiene fuerza para remover la piedra que ella misma ha fabricado, intentando impedir Tu vuelta. Envía tu ángel, oh Señor, y haz que nuestra noche se ilumine como el día.
¡Cuántos corazones, oh Señor, te esperan! ¡Cuántas almas se consumen por apresurar el día en que Tú sólo vivirás y reinarás en los corazones! ¡Ven, oh Señor Jesús!
¡Hay tantos indicios de que Tu vuelta no está lejana!”
Más le convendría, pues, al Mundo hacerse consciente de su pecado, arrepentirse y tener así parte con Cristo. La alternativa a esto sería desoladora, y sobre todo, irrevocable.



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* ”Porque es de saber que los Ángeles gobiernan realmente el mundo material: dominan los vientos, la tierra, el mar, los árboles… (Apocalípsis: 7, 1). Con sabiduría divina la Escritura reduce las fuerzas naturales, sus manifestaciones y efectos, a su más alta causalidad, como más tarde lo haría San Agustín en la frase: «toda cosa visible está sujeta al poder de un angel» (PINSK, Hacia el centro, Ed. Rialp, Madrid 1957, p. 161)


Articulo gentilmente cedido por el autor

Fuente: https://www.laabeja.pe/de-pandemias-y-pestilencias-en-la-cercania-del-desenlace-final-de-la-historia-humana/ 

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