viernes, 18 de agosto de 2017

Compartimos un articulo de un amigo e invitado de este portal residente en España Don Ignacio De Loyola Crespí De Valldaura de Gonzalo, quien concibió este articulo para concientizar luego de los atentados de Londres, pero que sigue teniendo plena vigencia para el mas reciente, acaecido en Barcelona.




Dicen que lo breve y bueno es dos veces bueno. Por mi parte, estoy seguro de que seré conciso e intentaré, dentro de mis limitaciones intelectivas, opinar, con el mejor tino posible, sobre los seis errores que los españoles y los occidentales cometemos de cara a la barbarie terrorista.

En primer lugar, el terrorismo es uno de los mayores males del mundo. Pero hay uno peor: Acostumbrarse a él. La estupefacción que nos generaron los atentados de París no es la misma que la de los de Bruselas, ni que la de estos últimos de Londres. La repetición de un hecho reduce la carga sentimental que éste nos produce. Por eso, muchos psicólogos recomiendan a sus pacientes reproducir numerosas veces, en su mente, un acontecimiento y una palabra que les genere angustia, para que, a golpe de repetición, los citados dejen de sentir la misma amargura que al principio.

En segundo término, uno de los peligros del terrorismo es el del egoísmo por razones de proximidad. Nos genera mayor preocupación aquello que nos coge más cerca. Por ello, los españoles no volveremos a llorar hasta que los indeseables perpetren una masacre dentro de nuestras fronteras. Y esto explica que nos den prácticamente igual las carnicerías producidas a extramuros de Occidente.

Nuestro tercer error frente al terrorismo es el del retorno a lo políticamente correcto. Al instante y pocos días después de tener lugar un atentado terrorista, la mayoría es partidaria de establecer una seguridad con alerta número cinco, de aprobar la cadena perpetua y de sacar al ejército de los cuarteles para defender la calle, pero transcurrido ese escaso tiempo de indignación, cualquiera de esas medidas es calificada de facciosa.

La cuarta equivocación que tenemos frente al terrorismo es la de la caridad mal entendida. Muchos se echaron encima de Arturo Pérez Reverte cuando, en su artículo Los godos del emperador Valente, señaló que los inmigrantes godos que acabaron con el Imperio Romano, entraron en Europa, empujados por el avance de las tropas de Atila, con la misma mentalidad y problemas muy parecidos al de los refugiados actuales. Ellos, también, vinieron aquí a causa del hambre y de numerosos maltratos, para, después, asesinar al emperador Valente, vapulear a su ejército y destronar, noventa y ocho años más tarde, a Rómulo Augústulo, último detentador del poder imperial.

La quinta venda que nos tenemos que quitar de los ojos es la de subestimar al islam. Bien es cierto que la mayoría de los musulmanes son pacíficos y gente maravillosa, solidaria a rabiar y de la que deberíamos aprender muchas cosas, pero no es menos cierto que el Corán tiene 40 versículos que se refieren a la lucha armada, tal y como publicó ABC en su artículo ¿Es el islam una religión de paz por su propio nombre?.

En sexto y último lugar, Juan Manuel de Prada insistió en la necesidad de que Occidente se mantenga en la Fe católica para no sufrir una invasión y lo hizo con estas palabras: “Una civilización es un conjunto de creencias y tradiciones compartidas que conforman una comunidad. De ahí que todas las civilizaciones hayan sido fundadas por religiones; y de ahí también que, cuando las religiones que las fundaron se debilitan, las civilizaciones se desintegren”. En este sentido, Will Durant manifestó que “una gran civilización no es conquistada desde fuera hasta que no se ha destruido a sí misma desde dentro”. La caída del Imperio Romano pone de manifiesto las teorías esgrimidas por estos dos intelectuales, ya que se desmoronó por su falta de ascetismo, su relativismo moral y su correlativa relajación en las costumbres, y la Reconquista les da la razón, porque se llevó a término gracias a la conciencia de identidad cristiana y al encomiable, majestuoso y ejemplar avance de aquel monarca santo conocido como Fernando III.

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