jueves, 10 de agosto de 2017


Raza criolla, raza de valores
Por Jorge Prina*



Siglo XVII, en algún lugar de Sudamérica se forja una nueva estirpe, esta es la raza criolla, en esencia descendientes de europeos nacidos en esta tierra pero desde lo cultural una mezcla del andaluz, el indio, el negro, italianos, y aventureros. Este criollo es el gaucho que no queda desamparado en la pampa, la hace suya, la transforma en su hogar, la entiende.
Miren sino, que en 1751 se crea el cuerpo de Blandengues, ¿porque? El indio arrasaba en pueblos vecinos, en Buenos Aires, a puro malón... Fue entonces que España autorizó la creación del primer cuerpo de criollos para combatir al indio, este cuerpo si los entendía y compartía sus técnicas y “cultura”, sabemos que para vencer un enemigo debes conocerlo.

El tiempo pasó, y comienza el siglo XIX, un siglo tumultuoso y bélico para nuestra nación pampa, las invasiones inglesas en 1806 nos dejan la confianza y seguridad de poder enfrentar y vencer enemigos más poderosos, nombres de héroes como Liniers son vitoreados, aunque recordemos la hazaña realizada por un quinceañero Miguel de Güemes quien aborda un navío ingles ¡¡¡ A caballo!!! Hecho único en la historia.
Con la independencia el gaucho hará uso de su pericia con chuza, boleadora y facón, entre muchas historias, para ilustrar podemos contar como los ataques a caballo enlazaban a los oficiales españoles y se los llevaban a la rasta, dejando los cuerpos acéfalos, otro era la lluvia de boleadoras desde los pucaras, estas eran fortificaciones en los peñascos, esta es la verdadera viveza criolla aplicada a la estrategia del combate.

Ya pasada la independencia, guerras intestinas asolaron estas pampas, federales y unitarios, donde no se ahorró sangre de gauchos, tiempos de un gobernador precisamente gaucho, Don Juan Manuel de Rosas, quien enfrenta a los unitarios, Lavalle, el manco Paz, son algunos y Juan Manuel cae traicionado por su aliado: Justo José de Urquiza para 10 años después conformarse una Argentina bajo la unidad nacional. Pero el gaucho que tanto hizo, aún era ninguneado como lo plasma José Hernández, nomás vemos cuanta similitud hay entre la historia real de Juan Moreira, y el poema gauchesco del Martin fierro.
¿Y qué características tiene el gaucho?
Hombre de códigos, cuando peleaba a cuchillo era uno a uno, no peleaba si el otro estaba desarmado y si había que matar, era por una ofensa seria. A veces en el fragor de la pelea uno quedaba muy mal herido, entonces a modo de eutanasia, degollaba al malherido para que no sufra, esto se llamaba “hacer la obra santa”.

Era hombre de valor:  En 1870 Alsina, crea la gran zanja, separando Buenos Aires de posibles malones, evitando asi el cuatrerismo, una especie de “Línea Maginot” en la pampa, otra medida, le entrega corazas de cuero a los gauchos fortineros, esta era una armadura de cuero, a lo que los nuestros renegaban y había quienes las dejaban o se las sacaban, no consideraban que estuviese bien pelear así, no es de hombres.
Era hombre creyente, especialmente de todo el folkore lugareño, como buen hombre de campo: la luz mala, el zupay, la pachamama.. Y hasta tuvo su propio santo, el gauchito Antonio Gil, un gaucho matrero que a nivel popular fue equiparado a un santo, y hasta tuvo un hombre de Dios, el cura José Brochero, canonizado recientemente por el Vaticano y hacedor de milagros.
Era también hombre que vivía la vida al máximo, le gustaba la música y el baile, le gustaba pelear, le gustaba comer, ¡Era todo un criollo! Y el tiempo pasó y el gusto por el cuchillo siguió, ya en la porteña Buenos Aires el gaucho se puso el fungi, cambió el poncho por la chalina, y en vez de pañuelo llevaba lengue, y en los arrabales, dibujo arabescos al ritmo del tango, comenzaba el siglo XX donde estos malevos y compadritos aun mantenían ese código del uno a uno, ese código varonil del cuchillo, recordando el tango de Canaro “el Tigre Millan”, esta historia real. De este personaje de la época, este ‘’guapo’’, trabajaba en el frigorífico La Anglo situado en La Boca, cercano a Puente Alsina frente al riachuelo,  era jornalero, sumiso y cumplidor de sus tareas y de los horarios laborales, pero entre sus allegados tenía fama de malevo de ahí que lo apodaban el Tigre Millán, aunque ese no era su verdadero apellido.

La historia cuenta que siempre bailaba con la misma señorita, la mejor bailarina de ese piringundín, quien era la preferida y amante del jefe de policía de La Boca.
-Oye querido, este Millán me tiene asqueada, viene al baile sucio, con olor de su trabajo, con la misma ropa, sácamelo de encima.
-Tranquila querida, le digo a mis muchachos que le den un susto para que no venga más.
El tigre Millán que dejaba a diario la mitad de su jornal por bailar y ver a esa mujer fue una noche interceptado por dos milicos, vestidos de civil y enviados por su jefe. Al verse acorralado creyendo que lo iban a robar, sacó de su bota el facón que siempre llevaba consigo y el susto se convirtió en muerte, dos tiros certeros al verse atacados por El Tigre, troncharon la vida de los cobardes.
En su último halito de vida, fue asistido por un transeúnte ocasional.
-         ¿Quien te hizo esto, Tigre?
A lo que el respondió con una frase que dejó para la historia del malevo Millán:
“El hombre para ser hombre no debe ser batidor”.-

*Jorge Emilio Prina es un ciudadano platense dedicado a la esgrima criolla (a la cual le dedicó un tratado y se ha convertido en su referente) también enseña defensa personal desde hace casi quince años, asimismo dicta cursos sobre estas temáticas en el país y el exterior, y es docente en la Escuela de Danzas Folklóricas de la Provincia de Buenos Aires. 
Http://www.esgrimacriolla.blogspot.com/

0 comentarios:

Publicar un comentario