Raza criolla, raza de valores
Por Jorge Prina*
Siglo XVII,
en algún lugar de Sudamérica se forja una nueva estirpe, esta es la raza
criolla, en esencia descendientes de europeos nacidos en esta tierra pero desde
lo cultural una mezcla del andaluz, el indio, el negro, italianos, y
aventureros. Este criollo es el gaucho que no queda desamparado en la pampa, la
hace suya, la transforma en su hogar, la entiende.
Miren sino,
que en 1751 se crea el cuerpo de Blandengues, ¿porque? El indio arrasaba en
pueblos vecinos, en Buenos Aires, a puro malón... Fue entonces que España autorizó
la creación del primer cuerpo de criollos para combatir al indio, este cuerpo
si los entendía y compartía sus técnicas y “cultura”, sabemos que para vencer
un enemigo debes conocerlo.
El tiempo pasó,
y comienza el siglo XIX, un siglo tumultuoso y bélico para nuestra nación
pampa, las invasiones inglesas en 1806 nos dejan la confianza y seguridad de
poder enfrentar y vencer enemigos más poderosos, nombres de héroes como Liniers
son vitoreados, aunque recordemos la hazaña realizada por un quinceañero Miguel
de Güemes quien aborda un navío ingles ¡¡¡ A caballo!!! Hecho único en la
historia.
Con la
independencia el gaucho hará uso de su pericia con chuza, boleadora y facón,
entre muchas historias, para ilustrar podemos contar como los ataques a caballo
enlazaban a los oficiales españoles y se los llevaban a la rasta, dejando los cuerpos acéfalos, otro era la lluvia de
boleadoras desde los pucaras, estas eran fortificaciones en los peñascos, esta
es la verdadera viveza criolla aplicada a la estrategia del combate.
Ya pasada la
independencia, guerras intestinas asolaron estas pampas, federales y unitarios,
donde no se ahorró sangre de gauchos, tiempos de un gobernador precisamente gaucho,
Don Juan Manuel de Rosas, quien enfrenta a los unitarios, Lavalle, el manco
Paz, son algunos y Juan Manuel cae traicionado por su aliado: Justo José de
Urquiza para 10 años después conformarse una Argentina bajo la unidad nacional.
Pero el gaucho que tanto hizo, aún era ninguneado como lo plasma José
Hernández, nomás vemos cuanta similitud hay entre la historia real de Juan
Moreira, y el poema gauchesco del Martin fierro.
¿Y qué
características tiene el gaucho?
Hombre de códigos,
cuando peleaba a cuchillo era uno a uno, no peleaba si el otro estaba desarmado
y si había que matar, era por una ofensa seria. A veces en el fragor de la
pelea uno quedaba muy mal herido, entonces a modo de eutanasia, degollaba al
malherido para que no sufra, esto se llamaba “hacer la obra santa”.
Era hombre de
valor: En 1870 Alsina, crea la gran
zanja, separando Buenos Aires de posibles malones, evitando asi el cuatrerismo,
una especie de “Línea Maginot” en la pampa, otra medida, le entrega corazas de
cuero a los gauchos fortineros, esta era una armadura de cuero, a lo que los nuestros
renegaban y había quienes las dejaban o se las sacaban, no consideraban que
estuviese bien pelear así, no es de hombres.
Era hombre
creyente, especialmente de todo el folkore lugareño, como buen hombre de campo:
la luz mala, el zupay, la pachamama.. Y hasta tuvo su propio santo, el gauchito
Antonio Gil, un gaucho matrero que a nivel popular fue equiparado a un santo, y
hasta tuvo un hombre de Dios, el cura José Brochero, canonizado recientemente
por el Vaticano y hacedor de milagros.
Era también
hombre que vivía la vida al máximo, le gustaba la música y el baile, le gustaba
pelear, le gustaba comer, ¡Era todo un criollo! Y el tiempo pasó y el gusto por
el cuchillo siguió, ya en la porteña Buenos Aires el gaucho se puso el fungi, cambió
el poncho por la chalina, y en vez de pañuelo llevaba lengue, y en los
arrabales, dibujo arabescos al ritmo del tango, comenzaba el siglo XX donde
estos malevos y compadritos aun mantenían ese código del uno a uno, ese código
varonil del cuchillo, recordando el tango de Canaro “el Tigre Millan”, esta
historia real. De este personaje de la época, este ‘’guapo’’, trabajaba en el
frigorífico La Anglo situado en La Boca, cercano a Puente Alsina frente al
riachuelo, era jornalero, sumiso y
cumplidor de sus tareas y de los horarios laborales, pero entre sus allegados
tenía fama de malevo de ahí que lo apodaban el Tigre Millán, aunque ese no era
su verdadero apellido.
La historia
cuenta que siempre bailaba con la misma señorita, la mejor bailarina de ese
piringundín, quien era la preferida y amante del jefe de policía de La Boca.
-Oye
querido, este Millán me tiene asqueada, viene al baile sucio, con olor de su
trabajo, con la misma ropa, sácamelo de encima.
-Tranquila
querida, le digo a mis muchachos que le den un susto para que no venga más.
El tigre
Millán que dejaba a diario la mitad de su jornal por bailar y ver a esa mujer
fue una noche interceptado por dos milicos, vestidos de civil y enviados por su
jefe. Al verse acorralado creyendo que lo iban a robar, sacó de su bota el
facón que siempre llevaba consigo y el susto se convirtió en muerte, dos tiros
certeros al verse atacados por El Tigre, troncharon la vida de los cobardes.
En su último
halito de vida, fue asistido por un transeúnte ocasional.
-
¿Quien
te hizo esto, Tigre?
A lo que el respondió con una frase que dejó para la historia del malevo
Millán:
“El hombre
para ser hombre no debe ser batidor”.-
*Jorge Emilio Prina es un ciudadano
platense dedicado a la esgrima criolla (a la cual le dedicó un tratado y se ha
convertido en su referente) también enseña defensa personal desde hace casi
quince años, asimismo dicta cursos sobre estas temáticas en el país y el
exterior, y es docente en la Escuela de Danzas Folklóricas de la Provincia
de Buenos Aires.
Http://www.esgrimacriolla.blogspot.com/
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