lunes, 2 de agosto de 2021

 



Figura olvidada que vivió en la época de Rosas. Fue cacica de los tehuelches aproximadamente entre 1820 y 1840. Ejerció el cacicazgo con dignidad y señorío en un enorme territorio patagónico”. Citando a Virginia Haurie en Reina de la Patagonia (1997), detalló que “su poder abarcó desde el Estrecho de Magallanes hasta el río Negro”.

Se estima que María nació en 1789, su padre era el cacique Vicente, y su legitimación se basaba en la herencia primogénita. Sin embargo, María supo hacer su propio camino y su poder no se sustentaba únicamente en la herencia familiar. A María le tocó vivir su infancia a fines del siglo XVIII, en un momento en el que tanto españoles como otras potencias europeas incrementaron su interés sobre por los recursos que había para explotar en la Patagonia. Esta situación fue aprovechada por las poblaciones nativas para conseguir beneficios de la relación con los extranjeros. En este punto, fue clave María.

Hubo un registro sobre la existencia de María Grande por parte de Robert Fitz Roy, en Narrative of the surveyung voyages of his magesty’s Adventure and Beagle, between the years 1826 and 1836 (1939). Según el citado, “también se dice que era católica, lo que pudo comprobar en 1827 el navegante inglés Robert Fitz Roy, que comandaba la nave Beagle y desembarcó en la bahía, conociendo a la cacica que lucía aros con la imagen de la Virgen María. Pero no adornaba su rostro con pinturas de colores, como lo hacían varones y mujeres tehuelches.

Tenía por entonces unos cuarenta años y había dado a su tribu cinco hijos. Entonces vivía en matrimonio con un indio tehuelche llamado Manuel, corpulento exponente de esa raza de gigantes que describió Pigafetta y Magallanes denominó patagones.

Aunque los tehuelches eran indios de a pie, María Grande era una jineta avezada… y también era una sagaz comerciante, acostumbrada a abastecer navegantes balleneros, loberos y corsarios que llegaban a la bahía; pero sería reclamada en otras comarcas patagónicas cuando alguna situación conflictiva precisaba su sabiduría y prudencia. Así fue como supo hacerse de un poncho pampeano que lucía con natural donaire.

El encuentro con Vernet

En 1823, María conoció a un personaje clave en su historia: Luis Vernet. Sin embargo, las condiciones en las que se trataron no fueron del todo amigables al principio. Ese año, Vernet arribó a Península Valdés para cazar caballos salvajes y se enteró de que los indígenas tenían planificado arrasar con su campamento en cuanto llegara su cacique principal.

En cuanto llegó “el gran jefe tehuelche”, Vernet quedó sorprendido al ver que se trataba de una mujer que llegaba acompañada de 1000 personas.

Entonces, María lo invitó a negociar y lo obligó a reconocer los derechos que el pueblo nativo tenía sobre ese territorio. Además, argumentó que sus caballos eran de propiedad tehuelche, dado que se criaban en tierra que se encontraba bajo su dominio. La tehuelche fue clara: todo lo que caminara bajo su territorio, le pertenecía a su pueblo. Se mostró inflexible y Vernet debió ceder. María sacó a relucir sus dotes como gran negociadora y consiguió que Vernet entregara bienes a cambio del ganado.

Un documento sobre ella es la nota suscripta por Luis Vernet del 23 de marzo de 1831, en la cual señaló: “Cerca de ese punto se hallan las tolderías principales de los indios de Santa Cruz, gobernada por una india anciana a quien respetan ciegamente, y que ejerce su influencia más allá del Puerto Deseado, sobre las tribus intermedias. Ella conoció a los españoles establecidos en tiempo del Rey de España en los varios puntos de la costa hasta el Río Negro de Patagones, y entonces aprendió el castellano que hoy habla».

«Esa india – prosiguió Vernet – conocida por el nombre de María Grande, es anciana pero sana y activa, y tiene un vasto conocimiento de todo el territorio al Sud del Río Negro y al Oeste hasta los Andes. Hace muchos años que no ha estado ella en el pueblo del Río Negro por temor de los indios que habitan el Río Negro arriba (y que ellos llaman Aucas) entre sus nacientes y la Cordillera hacia el Sud con quienes están en enemistad continua”.

Vernet había trabado amistad con María, a quien se dice que él denominó “Grande” al conocerla… haciendo un símil con Catalina de Rusia, la Grande… María Grande visitó a Vernet en las Malvinas en 1831. Se reunían dos gobernadores de la Patagonia continental e insular. “Se mareó mucho durante el viaje en barco – dijo -, comió correctamente en la mesa y hasta cantó en una de las veladas musicales que organizaba siempre María Vernet para las visitas”. Allí vio la bandera de Belgrano… y el escudo… Allí se sintió argentina”.

La tehuelche compartió la mesa con el gobernador y se instaló en su casa junto a una mujer que la asistía. El resto de los tehuelches que viajó al archipiélago, en su mayoría hombres, durmió con los peones de la colonia. Como jefa de los indígenas de la zona, María recorrió toda la isla durante 15 días, comió asado y entró a los almacenes, el saladero y la herrería.

Vernet realizó todos los esfuerzos para agasajarla, y la cacique regresó a tierra firme cubierta de regalos, entre los que se encontraban frenos, espuelas y estribos hechos en el taller del herrero de Puerto Luis.

Con respecto a Juan Manuel de Rosas se ve que sabía de su existencia, aunque no la cruzó en su expedición al desierto de 1833. Si tuvo contacto con la referente del matriarcado patagónico fue a través de personeros. Él tuvo muy claro la condición no beligerante de los tehuelches, por lo que planteó realizar “negocios pacíficos”, que era la forma de denominar a los acuerdos comerciales y políticos con la población aborigen. Rosas escribió dos notas ese año desde el Colorado, una a Vicente González el 20 de agosto, afirmando: “Los tehuelches son indios de paz, enemigos irreconciliables de los chilenos”, y “son indios que no necesitan robar para vivir, pobres de caballos, pero en sus campos hay muchísimos guanacos, avestruces y vacas”. La otra, del 20 de septiembre, a Juan Terrero, en sintonía con la primera, señaló: “Los tehuelches, que son pocos, están de acuerdo y de amigos. Son buenos”, “Y – según el Restaurador – si sigo con el negocio pacífico (con ellos) será muy importantísimo para la República”.

Se supone que María Grande murió en 1840, y que Rosas se enteró del suceso por boca de los viajeros que testimoniaron que, aunque el entierro fue sencillo, a lo largo y ancho de la Patagonia por tres días se encendieron hogueras en su honor.


Fuente: Aula Austral

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