Por Francisco Acedo
No descubro nada este domingo si digo que el Papa ocupará la portada de Rolling Stones. Después de aparecer en Time --la revista de análisis político más leída del mundo-- como Personaje del Año, en el Esquire, el referente de la elegancia clásica, como Hombre más Elegante del Mundo, ahora la revista por excelencia de las variedades lo coloca en la primera de su edición americana como protagonista de una supuesta revolución suave. El redactor Mark Pinelli se ha desplazado a Roma para hacer el reportaje, y allí se ha entrevistado con algunos curiales que ocultan su identidad, pero que no cuesta intuir quiénes son.
Lo cierto es que la visión que da Pinelli de Francisco no encaja muy bien con la realidad y cae en exceso en los tópicos. Ha conseguido dos cosas, la primera que la figura del Papa llegue a millones de personas que de otro modo no se acercarían y la segunda que personas como yo, que raramente leemos el Rolling Stone, lo hayamos hecho, que en el fondo es lo que pretende un editor.
El verdadero Francisco no es el que se vende en los quioscos ni el que parece que le pone caras largas a Hollande (nadie se ha molestado en ver las del final de la Audiencia), sino el que habla todos los días a sus fieles y que nadie se molesta en escuchar, como antes nadie se molestaba en leer a Benedicto XVI , sino que en esta desinformada sociedad de la velocidad de la información, la mayoría se contenta con el titular descontextualizado y basta.
Francisco es el hombre enérgico, jesuítico y disciplinado que, no obstante su casi perenne sonrisa, conduce la Iglesia con mano firme, refugiado en una marcada privacidad. Sabemos que llama a conventos, escribe cartas manuscritas a novelistas, se rumorea incluso que pasea de noche por las barrios romanos con una simple sotana negra, cual Anthony Quinn en las Sandalias del Pescador , pero no se conoce el verdadero mensaje de Francisco. Cuando alguien está a punto de convertirse en icono se corre el peligro de que el continente oculte el contenido, la imagen a la palabra y la Palabra es uno de los pilares de la Iglesia.
Y de la Iglesia ha hablado Francisco esta semana cuando ha afirmado que un católico sin Iglesia es una dicotomía absurda, ante tantos y tantos que se manifiestan católicos no practicantes. Para tener presente el sensus Ecclesiae el Papa ha dicho que sólo se necesitan tres cosas, humildad, fidelidad y oración. No es posible estar con Cristo y no estar con la Iglesia, hay que sentir, pensar y querer entro de Ella, tener sentido de obediencia y rezar antes de actuar. Este es Francisco, éstas son sus palabras y su pensamiento, lo otro, meras banalidades mediáticas.
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