Esteban de Luca (1788-1824) poeta y militar, figura a redescubrir por los argentinos y quien fuera contemporaneo del padre fundador y alumno de la Academia fundada por Belgrano publicaba el siguiente poema in memoriam en 1820:
A la muerte del señor brigadier de los Ejércitos de la Patria, y general de los Ejércitos Auxiliadores del Norte y Perú
DON MANUEL BELGRANO
Ya en la noche profunda del sepulcro
hundió la parca al capitán ilustre,
al héroe, que con ánimo esforzado
sustentaba las aras vacilantes
de la patria afligida; ya cumplidos
los presagios están del llanto y luto,
que tributamos hoy a la memoria
del virtuoso Belgrano: anuncio horrible
fue de su muerte la Discordia impía,
cuando lanzada por el negro Averno
en la gran Capital, en rabia ciega
inflamaba los pechos de sus hijos
para eterno baldón; tremendo anuncio
fue de su muerte el funeral semblante
de Buenos Aires, cuando envilecida
pagaba a los rivales de su gloria
tributo ignominioso; cuando vimos
del hermano caer víctima el hermano,
del hijo el padre, y en infanda guerra
arder los ciudadanos... ¡Ay! entonces
la esperanza del bien todos perdimos,
solo Belgrano en el dolor agudo
de insanable dolencia imperturbado
conservarla podía. En vano el ruido
de la plebe agitada y sus clamores
oyó desde su hogar; él la constancia
contra el furor de la ambición funesta
aconsejaba a los amigos fieles,
que rodeaban su lecho; él de la patria
se despidió tranquilo; ella en su seno
grata acogió los últimos suspiros
del mejor de sus hijos. ¡Cuál entonces
creyeron los malvados en sus triunfos
de horrenda iniquidad! ¡Cuán destructora
se alzó con cien cabezas la Anarquía,
cuando el alma inmortal del gran Belgrano
dejó el planeta donde habita el hombre!
¡Cómo en su trono de voraces llamas
más fiera dominó el nativo suelo,
que el ínclito caudillo ya en la huesa
defender no podía! ¡Oh, triste patria!,
por el monstruo feroz y sus secuaces
profanadas del héroe las cenizas,
tu decoro ultrajado, sin falanges,
dolor, cual tu dolor en este día,
no vio jamás el mundo. Con la muerte
de tan grande varón su fuerte escudo,
el apoyo más firme de su gloria
perdió entonces la hermosa Buenos Aires,
y un mar la circundó de inmensa pena:
en ella, antes mansión de la justicia,
habitó el homicidio; los consejos
del inicuo vencieron, y sus calles
quedaron ¡ay! desiertas, lamentando
de los buenos la ausencia; el más terrible
espíritu de vértigo agitaba
todos los corazones, y aun los sabios
erraron en sus obras. Aún más plagas
nos restan que sufrir, pues que no existe
Belgrano entre nosotros, y él la diestra
desarmaba de Dios con sus virtudes,
cuando iba a confundirnos, y del crimen
la semilla extirpar con nuestra ruina
y universal estrago... Tormentoso,
ya del frígido polo se desprende
el Austro fiero, y con tremenda saña
nos trae la tempestad; con negras nubes
nos roba ya del claro firmamento
la lumbre bienhechora; todos temen
siglos en noche eterna ser envueltos;
ya hiere el rayo las más altas cumbres;
el huracán con horroroso silbo
embravece las aguas caudalosas
del Argentino Río, que bramando
con sus hinchadas olas amenaza
todo tragar al corrompido pueblo.
Y tragado lo hubiera en sus abismos,
a no ser que ya el héroe disfrutando
cabe el trono de Dios palma gloriosa,
cual numen tutelar intercedía
por el suelo en que vio la luz primera
tantas y tan terribles las señales
debieron ser de la funesta muerte
del virtuoso patriota, del guerrero,
que en nuevo idioma y elocuente labio
revelaba a los pueblos abatidos
de libertad los más sagrados fueros;
que nos condujo en la más ardua empresa,
que al hombre presentaron las edades;
cual fue romper el yugo de ignominia
con que España ambiciosa por tres siglos
nos oprimió... ¡Gran Dios!... sobre su tumba
tendida veo la terrible espada
antes en los combates victoriosa
la espada, que sirvió a los juramentos
de vencer o morir en la atroz guerra,
con que fieros tiranos afligían
el suelo patrio. ¿Quién en adelante
dará a la triste patria honor y gloria?
¿Quién ¡ay! puede animar el fuerte brazo
que yace helado en el sepulcro?... ¡Oh, día
el más funesto que los hombres vieron!
Al duro golpe de la fiera Parca
cayó Belgrano, cual robusto roble
por el recio Aquilón mil y mil veces
en ásperos inviernos combatido;
cayó... y con él los altos pensamientos,
que el genio de la patria le inspiraba,
huyeron ¡ay! al reino impenetrable
de las terribles sombras. En un tiempo
lo vimos perseguir a los tiranos,
batallar y vencer; en las riberas
de los ríos caudalosos, en la cima
de los más altos montes colocaba
el estandarte patrio, que a los pueblos
oprimidos llamaba a los combates.
En el augusto templo, los pendones
de las vencidas huestes nos recuerdan
que en Salta y Tucumán siglos eternos
dio de honor a la patria: allí ligado
el orgullo español con cien cadenas
brama, viendo humilladas sus insignias;
allí la Envidia sus prisiones muerde
con inútil furor, mientras la Fama,
con raudo vuelo por el orbe todo,
lleva los hechos y glorioso nombre
del ilustre Belgrano, y acrecienta,
y realiza las bellas esperanzas
del hombre libre, que a la dulce patria
consagró su vivir con alma heroica.
Grande siempre y sublime en sus empresas,
en el alto Perú sobre los restos
del arruinado imperio de los Incas
consultaba a sus manes el origen
y sagrado carácter de sus leyes.
En su mente fatídica esculpida
la serie larga de ominosos tiempos,
llanto de compasión sobre la sangre
vertió de los colonos infelices
sacrificados a la vil codicia
del cruel conquistador... Americanos,
estatuas levantad a su memoria,
vuélvanlo vuestros votos a la vida...
Mas ¡ay! que el que una vez los ojos cierra
al sueño sempiterno de la muerte,
no torna a ver la luz que le prestara
benigno antes el sol. ¡Ay! para siempre,
para siempre sin fin perdió la patria
al gran Belgrano, cuando más debía
de glorias coronarla, cuando al solio
meditaba marchar, donde se eleva
el cruel visir de Lima; sorprenderle
y preguntarle sobre la injusticia
de sus guerras y antiguo poderío.
Él entonces formó nuevos campeones,
que heredasen su honor, y que a la patria
salvaran en el día del peligro.
¡Oh, memorias amargas! ¡Quién pudiera
atrás volver los ya pasados tiempos!
Yo en mi angustia y dolor espanto solo
en torno de mí veo... ¡ay, Dios! en vano
a mis amigos llamo y a mis deudos
que consuelo me den; nadie me escucha,
ninguno me responde... estéril yermo
de sangrientos cadáveres sembrado,
imagen de los reinos de la muerte,
me circunda sin fin... en vano, ¡ay, triste!
Mi vista horrorizada allí se tiende
en una horrenda inmensidad, buscando
a mis conciudadanos y a mi patria;
mis ojos ¡ay! no ven más que vestigios
de su gloria y poder; solo las huellas
ven del gran capitán y sus guerreros,
de sus caballos y soberbios carros.
No es ilusión, ¡oh, Dios! cuanto descubro:
éstas las huestes son, éstos los campos,
donde un tiempo Belgrano infatigable
al soldado ensayaba a nuevas lides,
donde el clarín un tiempo resonando
inspiraba en las almas noble aliento.
Todo despareció de entre nosotros
desde el fatal instante en que las tropas
sin freno de obediencia, sin caudillo,
sirvieron a merced de impíos genios,
que escándalo y horror serán al orbe.
¡Días llenos de gloria y de ventura,
ya más no tornaréis para nosotros!,
A Belgrano perdimos, al guerrero,
que con el brillo de su heroica espada
amedrentó en su trono a los tiranos,
que con su aspecto de la gloria imagen,
del valor y constancia reprimía
el violento huracán de las pasiones,
que hora todo lo arrasan y destruyen.
Inmenso es nuestro mal, terrible el golpe,
que causa nuestro llanto, que nos cubre
de luto universal... el cenotafio,
los cantos de la Iglesia lamentables,
las fúnebres antorchas... todo anuncia
que el héroe ya fino... Mas a la muerte
en su furia implacable no le es dado
borrar de sus virtudes la memoria
grabada en nuestros pechos: ellas deben
formar el alma a nuevos ciudadanos,
que den lustre a la patria y nombre eterno;
ellas, para consuelo, nueva vida
a la patria darán, que hoy ultrajada
es vana imagen, yerto simulacro;
por ellas lucirán los bellos días
que en medio del Indiano Continente
levantemos el ara sacrosanta,
do de edad en edad todos sus hijos
tributen en unión a la Concordia,
de patriotismo cultos reverentes,
y los hechos acuerden memorables,
y el ejemplo inmortal, que al Nuevo Mundo
dejó de patrio amor el jefe ilustre.
Justos son entre tanto los suspiros,
que exhalamos piadosos y sensibles;
justo es nuestro dolor, cuando a Colombia
vemos, rodeada de los patrios manes,
llorar sobre el sepulcro de Belgrano
en lúgubre ropaje; cuando gime
en angustia profunda, y entre sombras
no brillan los destinos, que en su frente
escribió, para bien de las naciones,
con rasgos luminosos indelebles
la mano poderosa del Eterno."
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