sábado, 29 de abril de 2023





Esteban de Luca (1788-1824) poeta y militar, figura a redescubrir por los argentinos y quien fuera contemporaneo del padre fundador y alumno de la Academia fundada por Belgrano publicaba el siguiente poema in memoriam en 1820: 


A la muerte del señor brigadier de los Ejércitos de la Patria,  y general de los Ejércitos Auxiliadores del Norte y Perú 

DON MANUEL BELGRANO

Ya en la noche profunda del sepulcro 

hundió la parca al capitán ilustre, 

al héroe, que con ánimo esforzado 

sustentaba las aras vacilantes 

de la patria afligida; ya cumplidos 

los presagios están del llanto y luto, 

que tributamos hoy a la memoria 

del virtuoso Belgrano: anuncio horrible 

fue de su muerte la Discordia impía, 

cuando lanzada por el negro Averno 

en la gran Capital, en rabia ciega 

inflamaba los pechos de sus hijos 

para eterno baldón; tremendo anuncio 

fue de su muerte el funeral semblante 

de Buenos Aires, cuando envilecida 

pagaba a los rivales de su gloria 

tributo ignominioso; cuando vimos 

del hermano caer víctima el hermano, 

del hijo el padre, y en infanda guerra 

arder los ciudadanos... ¡Ay! entonces 

la esperanza del bien todos perdimos, 

solo Belgrano en el dolor agudo 

de insanable dolencia imperturbado 

conservarla podía. En vano el ruido 

de la plebe agitada y sus clamores 

oyó desde su hogar; él la constancia 

contra el furor de la ambición funesta 

aconsejaba a los amigos fieles, 

que rodeaban su lecho; él de la patria 

se despidió tranquilo; ella en su seno 

grata acogió los últimos suspiros 

del mejor de sus hijos. ¡Cuál entonces 

creyeron los malvados en sus triunfos 

de horrenda iniquidad! ¡Cuán destructora 

se alzó con cien cabezas la Anarquía, 

cuando el alma inmortal del gran Belgrano 

dejó el planeta donde habita el hombre! 

¡Cómo en su trono de voraces llamas 

más fiera dominó el nativo suelo, 

que el ínclito caudillo ya en la huesa 

defender no podía! ¡Oh, triste patria!, 

por el monstruo feroz y sus secuaces 

profanadas del héroe las cenizas, 

tu decoro ultrajado, sin falanges, 

dolor, cual tu dolor en este día, 

no vio jamás el mundo. Con la muerte 

de tan grande varón su fuerte escudo, 

el apoyo más firme de su gloria 

perdió entonces la hermosa Buenos Aires, 

y un mar la circundó de inmensa pena: 

en ella, antes mansión de la justicia, 

habitó el homicidio; los consejos 

del inicuo vencieron, y sus calles 

quedaron ¡ay! desiertas, lamentando 

de los buenos la ausencia; el más terrible 

espíritu de vértigo agitaba 

todos los corazones, y aun los sabios 

erraron en sus obras. Aún más plagas 

nos restan que sufrir, pues que no existe 

Belgrano entre nosotros, y él la diestra 

desarmaba de Dios con sus virtudes, 

cuando iba a confundirnos, y del crimen 

la semilla extirpar con nuestra ruina 

y universal estrago... Tormentoso, 

ya del frígido polo se desprende 

el Austro fiero, y con tremenda saña 

nos trae la tempestad; con negras nubes 

nos roba ya del claro firmamento 

la lumbre bienhechora; todos temen 

siglos en noche eterna ser envueltos; 

ya hiere el rayo las más altas cumbres; 

el huracán con horroroso silbo 

embravece las aguas caudalosas 

del Argentino Río, que bramando 

con sus hinchadas olas amenaza 

todo tragar al corrompido pueblo. 

Y tragado lo hubiera en sus abismos, 

a no ser que ya el héroe disfrutando 

cabe el trono de Dios palma gloriosa, 

cual numen tutelar intercedía 

por el suelo en que vio la luz primera 

tantas y tan terribles las señales 

debieron ser de la funesta muerte 

del virtuoso patriota, del guerrero, 

que en nuevo idioma y elocuente labio 

revelaba a los pueblos abatidos 

de libertad los más sagrados fueros; 

que nos condujo en la más ardua empresa, 

que al hombre presentaron las edades; 

cual fue romper el yugo de ignominia 

con que España ambiciosa por tres siglos 

nos oprimió... ¡Gran Dios!... sobre su tumba 

tendida veo la terrible espada 

antes en los combates victoriosa 

la espada, que sirvió a los juramentos 

de vencer o morir en la atroz guerra, 

con que fieros tiranos afligían 

el suelo patrio. ¿Quién en adelante 

dará a la triste patria honor y gloria? 

¿Quién ¡ay! puede animar el fuerte brazo 

que yace helado en el sepulcro?... ¡Oh, día 

el más funesto que los hombres vieron! 

Al duro golpe de la fiera Parca 

cayó Belgrano, cual robusto roble 

por el recio Aquilón mil y mil veces 

en ásperos inviernos combatido; 

cayó... y con él los altos pensamientos, 

que el genio de la patria le inspiraba, 

huyeron ¡ay! al reino impenetrable 

de las terribles sombras. En un tiempo 

lo vimos perseguir a los tiranos, 

batallar y vencer; en las riberas 

de los ríos caudalosos, en la cima 

de los más altos montes colocaba 

el estandarte patrio, que a los pueblos 

oprimidos llamaba a los combates. 

En el augusto templo, los pendones 

de las vencidas huestes nos recuerdan 

que en Salta y Tucumán siglos eternos 

dio de honor a la patria: allí ligado 

el orgullo español con cien cadenas 

brama, viendo humilladas sus insignias; 

allí la Envidia sus prisiones muerde 

con inútil furor, mientras la Fama, 

con raudo vuelo por el orbe todo, 

lleva los hechos y glorioso nombre 

del ilustre Belgrano, y acrecienta, 

y realiza las bellas esperanzas 

del hombre libre, que a la dulce patria 

consagró su vivir con alma heroica. 

Grande siempre y sublime en sus empresas, 

en el alto Perú sobre los restos 

del arruinado imperio de los Incas 

consultaba a sus manes el origen 

y sagrado carácter de sus leyes. 

En su mente fatídica esculpida 

la serie larga de ominosos tiempos, 

llanto de compasión sobre la sangre 

vertió de los colonos infelices 

sacrificados a la vil codicia 

del cruel conquistador... Americanos, 

estatuas levantad a su memoria, 

vuélvanlo vuestros votos a la vida... 

Mas ¡ay! que el que una vez los ojos cierra 

al sueño sempiterno de la muerte, 

no torna a ver la luz que le prestara 

benigno antes el sol. ¡Ay! para siempre, 

para siempre sin fin perdió la patria 

al gran Belgrano, cuando más debía 

de glorias coronarla, cuando al solio 

meditaba marchar, donde se eleva 

el cruel visir de Lima; sorprenderle 

y preguntarle sobre la injusticia 

de sus guerras y antiguo poderío. 

Él entonces formó nuevos campeones, 

que heredasen su honor, y que a la patria 

salvaran en el día del peligro. 

¡Oh, memorias amargas! ¡Quién pudiera 

atrás volver los ya pasados tiempos! 

Yo en mi angustia y dolor espanto solo 

en torno de mí veo... ¡ay, Dios! en vano 

a mis amigos llamo y a mis deudos 

que consuelo me den; nadie me escucha, 

ninguno me responde... estéril yermo 

de sangrientos cadáveres sembrado, 

imagen de los reinos de la muerte, 

me circunda sin fin... en vano, ¡ay, triste! 

Mi vista horrorizada allí se tiende 

en una horrenda inmensidad, buscando 

a mis conciudadanos y a mi patria; 

mis ojos ¡ay! no ven más que vestigios 

de su gloria y poder; solo las huellas 

ven del gran capitán y sus guerreros, 

de sus caballos y soberbios carros. 

No es ilusión, ¡oh, Dios! cuanto descubro: 

éstas las huestes son, éstos los campos, 

donde un tiempo Belgrano infatigable 

al soldado ensayaba a nuevas lides, 

donde el clarín un tiempo resonando 

inspiraba en las almas noble aliento. 

Todo despareció de entre nosotros 

desde el fatal instante en que las tropas 

sin freno de obediencia, sin caudillo, 

sirvieron a merced de impíos genios, 

que escándalo y horror serán al orbe. 

¡Días llenos de gloria y de ventura, 

ya más no tornaréis para nosotros!, 

A Belgrano perdimos, al guerrero, 

que con el brillo de su heroica espada 

amedrentó en su trono a los tiranos, 

que con su aspecto de la gloria imagen, 

del valor y constancia reprimía 

el violento huracán de las pasiones, 

que hora todo lo arrasan y destruyen. 

Inmenso es nuestro mal, terrible el golpe, 

que causa nuestro llanto, que nos cubre 

de luto universal... el cenotafio, 

los cantos de la Iglesia lamentables, 

las fúnebres antorchas... todo anuncia 

que el héroe ya fino... Mas a la muerte 

en su furia implacable no le es dado 

borrar de sus virtudes la memoria 

grabada en nuestros pechos: ellas deben 

formar el alma a nuevos ciudadanos, 

que den lustre a la patria y nombre eterno; 

ellas, para consuelo, nueva vida 

a la patria darán, que hoy ultrajada 

es vana imagen, yerto simulacro; 

por ellas lucirán los bellos días 

que en medio del Indiano Continente 

levantemos el ara sacrosanta, 

do de edad en edad todos sus hijos 

tributen en unión a la Concordia, 

de patriotismo cultos reverentes, 

y los hechos acuerden memorables, 

y el ejemplo inmortal, que al Nuevo Mundo 

dejó de patrio amor el jefe ilustre. 

Justos son entre tanto los suspiros, 

que exhalamos piadosos y sensibles; 

justo es nuestro dolor, cuando a Colombia 

vemos, rodeada de los patrios manes, 

llorar sobre el sepulcro de Belgrano 

en lúgubre ropaje; cuando gime 

en angustia profunda, y entre sombras 

no brillan los destinos, que en su frente 

escribió, para bien de las naciones, 

con rasgos luminosos indelebles 

la mano poderosa del Eterno."

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