lunes, 8 de mayo de 2023

 

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por Ezequiel Toti

«Vamos, entonces, padre querido, súbete a mis hombros, que yo te llevaré sobre mi espalda y no me pesará esta carga; pase lo que pase, uno y común será el peligro, para ambos una será la salvación»
Estas palabras (1) decía Eneas en la obra de Virgilio mientras cargaba en sus hombros a su anciano padre para liberarlo del incendio que sufría Troya, palabras que no solo son autenticamente humanas por su amor a la dignidad de la persona humana y respeto por la ancianidad sino que tambien reflejan simbolicamente la porcion de Patria que cargamos en nuestra espalda a donde vamos, llevando con nosotros nuestra lengua, religión, cultura y tradiciones.
No en vano los romanos fundaban sus ciudades trazando sus ejes y depositando en el centro las cenizas de sus antepasados, hoy sin embargo el moderno Occidente se encuentra en una situación diametralmente opuesta a la del naciente Occidente de la antiguedad, hoy por el contrario a los ancianos ya no solo los olvida en un rincón sino que les propone además desde una visión pragmático-utilitarista el ser artífices de su propia aniquilación.
Como todos sabemos el ciclo de la vida inevitablemente comprende la muerte, en la mayoría de los casos también la vejez, esa vejez que para quien sabe ver tiene su faceta bella, pues viene de la mano del entendimiento de la finitud, la humildad de saberse frágil, la sencillez de valorar las pequeñas cosas, la solidaridad entre los que corren la misma suerte por ser tambien ancianos, en los virtuosos la amplificación de las virtudes que han llevado consigo durante su vida y en los que no, muchas veces el sanador arrepentimiento.
En los países orientales, incluso en aquellos donde predominan nefastos sistemas autoritarios, los ancianos ocupan un rol central espiritual en la vida de sus familias, tomemos el caso de China donde en 2019 se ha creado una ley que indica que los adultos deben atender las “necesidades espirituales” de sus padres y abuelos y “nunca descuidar o despreciar a las personas mayores”; conllevando el derecho a los ancianos de denunciar a su familia si se sienten no bien cuidados o incluso maltratados. En estos casos los familiares denunciados podrían enfrentar multas o hasta la cárcel.
Occidente en contraposición viene fomentando leyes que atentan contra la dignidad humana y vida de los los dos extremos mas débiles en el ser humano: los bebes y los ancianos.
Constantes eufemismos en los obituarios para evitar la palabra muerte, la cultura del ''carpe diem'' y del
escapismo constante a través de diversiones pueriles son ejemplos de una poblacion que vive como si dicha muerte no existiese y en consecuencia como si no existiese una vida después de esta, con su correspondiente juicio divino.
Todo esto sin embargo no fue siempre así.
Ya en 1224 en pobrecillo San Francisco de Asís lejos de utilizar terminos como ''la parca'' elegia llamar a la muerte ''la hermana muerte corporal'' en su famoso cantico de las criaturas (Canticum o Laudes Creaturarum) y yendo a un ejemplo moderno son significativas las palabras del del Papa Benedicto XVI escritas en febrero de 2022 pocos meses antes de su muerte:
''...Muy pronto me presentaré ante el juez definitivo de mi vida. Aunque pueda tener muchos motivos de temor y miedo cuando miro hacia atrás en mi larga vida, me siento sin embargo feliz porque creo firmemente que el Señor no sólo es el juez justo, sino también el amigo y el hermano que ya padeció Él mismo mis deficiencias y por eso, como juez, es también mi abogado (Paráclito). En vista de la hora del juicio, la gracia de ser cristiano se hace evidente para mí. Ser cristiano me da el
conocimiento y, más aún, la amistad con el juez de mi vida y me permite atravesar con confianza la oscura puerta de la muerte. A este respecto, recuerdo constantemente lo que dice Juan al principio del Apocalipsis: ve al Hijo del Hombre en  toda su grandeza y cae a sus pies como muerto. Pero el Señor, poniendo su mano derecha sobre él, le dice: «No temas: Soy Yo…»...'' (cf. Ap 1,12-17).
Palabras que nos recuerdan que la vida en la tierra es milicia como dice Job y que es una batalla en la que no puede haber capitulación, por consiguiente podemos comparar a un enfermo que pudiendo terminar con su vida elige llevarla hasta el final con el de un soldado conscripto que habiendo podido desertar elige ir al campo de batalla, este ultimo ya tiene su gran cuota de heroismo por aceptar el combate físico del mismo modo que el primero tiene su cuota de santidad con aceptar la cruz de la enfermedad.
En el caso de la mayoría de nosotros, simples pecadores, la enfermedad cuando es aceptada constituye en la mayoria de los casos la aprobacion implicita de que la enfermedad y la muerte si bien teologicamente son producto del pecado original tambien son en descuento de nuestros propios pecados, aceptar la enfermedad y la muerte por lo tanto implica saberse imperfectos y merecedores de la misericordia de Dios.
Por otro lado en el caso de los grandes santos la muerte resultaba apenas un pequeño salto, un pequeño hilo que se cortaba, pues ya viven con la vista en las cosas del Cielo, incluyendo el fuerte deseo de sufrir si es por el bien mayor.
En ambos casos la visión cristiana nos muestra la contradiccion que significa la propia cruz de Cristo, que como explicaba el venerable Mons. Fulton Sheen es signo de contradicción puesto que el modo en que Dios ve las cosas no es el modo en que las ve el mundo.
La contradicción de la cruz se ejemplifica asimismo en situaciones de la vida donde hay dolor pero tambien hay amor, asi como sucede en el dolor de la enfermedad, muchas veces acompañada de la felicidad de saberse acompañados hasta el final sea por otros seres humanos o por la compañía espiritual del mismo Dios.
Grandes místicos catolicos nos han dejado en sus revelaciones privadas, devociones que prometen ser una garantia para afrontar de manera privilegiada los ultimos instantes, tales como la devocion al Sagrado Corazon de Jesus o a Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, en estas devociones vemos la continuidad del entendimiento de la muerte que se da a través del Cristianismo.
La creencia cristiana de la misericordia de Dios seguramente ha constituido el alivio de muchas personas que han muerto solas en pandemia, privadas de todo contacto humano, una prohibición tan inhumana que ni siquiera se la ve en una guerra o en la aplicación de la pena capital. Hasta los condenados a muerte por delitos graves mueren acompañados.
De todo esto se puede concluir que hasta que Occidente no vuelva sus ojos a sus bases cristianas solo seguirá un camino ascendente en su afrenta a la propia naturaleza humana y al propio Dios.
Y si ese Occidente persiste en llamar a la eutanasia ''muerte digna'' olvidara por completo que para el cristianismo
no hay muerte indigna, Cristo aceptando morir inocente en la cruz lo cambió todo: Morir de una larga enfermedad o morir de un accidente absurdo no son muertes indignas, sin embargo morir persistentemente en pecado mortal alejado de Dios para siempre si lo es.
Esperemos que el día que Occidente muera, muera de manera Cristiana.

(1) Virgilio, Eneida, Libro II, vv. 707-710

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